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En las calles muy empinadas - y las hay muchas que están muy empinadas - el estacionamiento se hace totalmente perpendicularmente a la vereda. Cómo la gente puede salir y entrar de los coches, especialmente del lado más alto, no nos imaginamos muy bien.

A más de la topografía, la ubicación también es notable: en una península entre la bahía de mismo nombre y el océano Pacífico.

Por fin, una ciudad que tiene el nombre de sus calles marcado misericordiosa-mente para que se pueda ver y leer.

El estilo de las casas es del tipo con un ventanal principal panzudo sobresaliente - lo que, de por sí, no tiene nada malo, al contrario; pero, por alguna razón, ver todas las casas, centenares tras centenares, y calles tras calles, todas del mismo tipo, causa, o por lo menos nos causa, una impresión negativa.


Los ventanales panzudos

Se hizo tarde, no tenemos mucha elección. Vamos a pasar la noche estacionados en una calle céntrica.

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\■/ Esta mañana, con los primeros colorcitos del amanecer, nos encontramos en el tope de un cerro en el medio de la ciudad para observarla despertarse en el medio de las aguas circundantes, de un lado, el océano, del otro lado, la bahía.

Una bahía bien curiosa, una bahía que no se ve desde el mar. Es que, quien precia ver lo que hay y no lo que se dice que hay, verá no una bahía sino un lago, de 80 kilómetros, a lo largo de la faz interior de la costa, para decirlo de alguna manera, lago con tan sólo una angostura de comunicación con el océano; por lo tanto, es cierto, con agua salada, por lo tanto, quizás, con derecho al título de bahía - pero bahía tan poco bahía que no fue descubierta desde el mar, sino por un destacamento de Españoles desde tierra adentro. Tiene que haber palabra mejor para una tal cripto-bahía.

Hay una aglomeración de rascanubes hacia un lado de la península, surgiendo de un denso y extenso cuadriculado que, sabemos, es de viviendas pero que, desde aquí arriba, se parece más a hileras de cajones para muertos por su uniformidad paralelepipédica y falta de inventiva y de gracia arquitecturales.

No sabemos qué pensar de todos estos millones de personas ovinamente o bovinamente esperando el próximo terremoto. Si no tuvieran a dónde ir o si estuvieran atadas al terruño por una tradición inveterada, quizás se entendería mejor, pero la verdad es que son muchedumbres que vinieron aquí de otras partes - especialmente del noreste - de Vespuccia, porque así lo quisieron, sabiendo muy bien, o por lo menos habiendo escuchado muy bien, las repetidas advertencias de los expertos en cuanto a la práctica inevitabilidad >>>>>>>>