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patriotismo sería un buen lugar para comprobar la fuerza de convicción de nuestras ideas al respecto, enfrentándonos con lo que pensábamos sería la airada reacción defensiva del encargado del lugar.

Así que fuimos a verlo, le dijimos nuestro parecer y - sorpresa de sorpresas - donde pensábamos encontrar un león herido y enojado, nos encontramos con un gatito manso maravillado por la lógica de nuestros argumentos, diciéndonos, con destellos en los ojos, que nunca había visto las cosas de este punto de vista y que tendríamos que ponerlo por escrito y mandarlo a la superioridad. Bastante sorprendente punto final de esta visita.

Luego, a escasos 26 desafiantes kilómetros del santuario del orgulloso patriotismo de Vespuccia y de los Vespuccianos en el medio del santuario de los paraborígenes, llegamos a un lugar donde creíamos que iríamos a ver, después de aquel bajo relieve rupestre, una escultura orográfica; pero nos encontramos con sorpresa tras sorpresa, pudiendo resumirse todas en una sola de ellas, a saber que pensábamos quedarnos quizás unos quince minutos, lo mismo que nos quedamos con los cuatro presidentes, y en realidad nos quedamos tres horas y media - y apurándonos.  Nos podríamos haber quedado mucho más.

Nuestra primera sorpresa fue que no había ninguna escultura. En el único cerro, más bien promontorio serrano, a la vista, donde podía haber habido una escultura, había cuatro o cinco curvas blancas varias, evidentemente indicando algo; pero no nos resultó evidente qué. Nos quedamos mirando, un poco desconcertados, el promontorio con sus cuatro o cinco garabatos - nuestra desorientación se debía en gran parte a que sabíamos que la escultura en el cerro ya llevaba 35 años de ejecución, por cuanto tenía que haber, y esperábamos, algo substancial, pero nada - cuando nuestros ojos literalmente se estuvieron abriendo, pasando de sorpresa en sorpresa.



Lo que vimos

En varias terrazas, en varios rincones, del cerro, descubrimos, una tras otra, grandes maquinarias de las que se utiliza en las construcciones viales, y grandes grúas, tremendas grúas, todo reducido a tamaño de hormiguita en la inmensidad del cerro; poco a poco nos dimos cuenta de que allí, en aquel cerro, algo estaba pasando. Y también detectamos un agujero, insignificante, que pasaba de par en par a través del promontorio, porque se veía un pequeño manchoncito de cielo del otro lado; cuando, al escudriñarlo con cuidado, resultó tener adentro otra de aquellas grandes aplanadoras viales, que ahí parecía un juguete en comparación con la apertura del agujero, tan enorme debía de ser aquella perforación.

Pero, si bien nos dábamos cuenta de que algo pasaba, no sabíamos cómo tomar las cosas, cómo interpretarlas. Nos dirigimos pues hacia unos edificios visibles por un corto paseo.

Apenas dados los primeros pasos, otra sorpresa: una cabeza en mármol, con el más puro sello de genio artístico; y cabeza ¿de quién? - otra sorpresa, de Paderevski.  Y otra cabeza.  ¿De quién?  De Enesco.  Y otra.  Y otra. Y todas, >>>>>>>>