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Está por anochecer. Vamos a pernoctar aquí, en el medio de Montana, en un campo abierto, rodeados por un nutrido número de vacunos.

Es lo que no entendemos: todo parece ser tan árido; y ahora que echamos un vistazo más detallado al campo, efectivamente, no hay el menor pasto comestible, solamente mechones de pasto duro; y, sin embargo, hay vacunos, y bien gorditos.

Inclusive - si bien los primeros Europeos en pisar esta parte de Montana fueron unos Franceses bajando de Canadá - los primeros en echar a los paraborígenes y los búfalos de aquí fueron vaqueros subiendo con sus tropillas desde Texas para aprovechar los pastos.

Y sin embargo, tal como lo vemos nosotros ahora, no hay vuelta que darle, pasto no hay.

A lo largo de este camino de tierra, vimos docenas y docenas de antílopes. Es increíble lo inquieto y alerta que son estos animales, siguiendo nuestro paso con alta atención; y cuando, por fin, deciden que no les gustamos - lo que pasa siempre - se ponen al trote; y eventualmente, para mayor desahogo de pánico, empiezan a saltar con sus cuatro patas a la vez como si fueran de goma, lo que, para ellos, será la manera más eficaz de escapar a los enemigos que somos pero, a nosotros, resulta altamente cómico.

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Fue esta noche memorablemente tranquila; tranquila no solamente en la realidad sino también en la potencialidad. Una tranquilidad que uno siempre tiene miedo que podría ser interrumpida por algo, ya no es realmente tranquilidad; tranquilidad perfecta es la que tuvimos esta noche porque sabíamos que nadie ni nada, por tierra o por aire, vendría a quebrarla.

Esta mañana, al despertarnos, tuvimos un cursillo en psicología vacuna.

Al abrir cortinas y puertas, nos encontramos observados desde tres lados por sendas tropillas de vacunos. Evidentemente, éramos para ellos, inacostumbrados a las realidades de la vida moderna, algo como un plato volador de otro planeta.

Con sus mugidos múltiples seguramente se consultaban en cuanto a qué hacer con estos intrusos, pero evidentemente no se ponían de acuerdo porque, a veces, se acercaban con curiosidad, a veces, disparaban 20 ó 30 metros en pánico, luego, dando una sabia y estratégica vuelta alrededor de nosotros, nos observaban desde otro lado; siempre había un animal que iniciaba una de las fases psicológicas, y los demás se adaptaban.