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Es lo mismo que

… llamar el anfiteatro, o farallón, Bryce "cañón" cuando no lo es;

o que llamar unas ruinas, más al sur de aquí, "castillo de Montezuma" ¡"castillo" de "Montezuma"! y así escrito, con "n", cuando, primero, castillo no es - es otro caso de pueblo-en-acantilado como acá; cuando, segundo, no tienen relación alguna con el último emperador azteca; y cuando, tercero, ni la ortografía sabe respetar la ortografía histórica tradicional de Moctezuma;

… o que llamar unas ruinas, más al oeste de aquí, en Nuevo México, "aztecas" por la sola razón de que se encuentran cerca de un pueblo que se llama, quién sabe por qué, Aztec - como se podría haber llamado Ostrogoth u otra cosa - en un sitio donde los Aztecas no pisaron ni a cien leguas.

Realmente, no se nos ocurre cómo explicar la coexistencia de éstos que nos parecen crímenes de lesa-masas por parte de aquellos con el privilegio de guiarlas y de los muchos esfuerzos para interesar y educar las mismas masas, que tanto admiramos y apreciamos.

Una de las dos atracciones inesperadas periferales fue un magnífico ballet cuya idea engalanaría cualquier ballet de los genios coreógrafos. Justo al lado de la parte erosionada, concava, del acantilado donde se anida el antiguo pueblo no-navajo, hay una faz perfectamente lisa del mismo acantilado; y contra el fondo de dicha faz lisa volaban dos o tres docenas de grandes pájaros con una iluminación solar tal que proyectaban, cada uno, su perfecta sombra sobre el acantilado, de manera que había las evoluciones de los pájaros verdaderos en el aire y las evoluciones de sus reflejos, o sombras, en la faz del acantilado - con las sombras, tan perfectas que, a veces, no se sabía cuál era el pájaro verdadero y cuál era la sombra; a veces un pájaro se aproximaba tanto al acantilado que su cuerpo y su sombra se unían en una sola mancha, para luego separarse nuevamente y seguir, cada cual, con sus evoluciones, reflejadas, pero no necesariamente exactamente simétricas debido a las irregularidades en la faz de la pared.

Este ballet de por sí valió la pena de la caminata. Además, confirmó la observación de ayer, de que no es forzosamente necesario ir a una ciudad de distinción para ver expresiones artísticas; ayer, lo de los líquenes y de la piedra, haciendo un cuadro sutil, y hoy, este ballet elegante en grado máximo.

La segunda atracción inesperada fue dar una minivuelta al mundo sin moverse un paso. En el tiempo que estuvimos allí, vinieron también varios grupos de varias nacionalidades, dándonos la oportunidad de comparar las características o la educación respectivas. Por un lado, todas las nacionalidades, discretas, hablando en voz baja como para no arruinar el encanto del silencio, y, por otro lado, un grupo de francófonos, vociferantes como si el mundo les perteneciera.