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la vía de ferrocarril construida luego para hacer el tránsito hacia el norte completamente moderno: dicho ferrocarril está todavía en uso.

Nosotros viajamos por una carretera muy reciente: hasta hace pocos años, para subir (en ambas acepciones del vocablo) de Skagway hacia el norte, era menester tomar el tren.

Antes de la construcción del ferrocarril, cuando todo se llevaba a lomo de caballo, estas bestias morían como mosquitos, y miles de cadáveres, en todos los estados de descomposición, yacían a lo largo de la huella. La construcción del ferrocarril tampoco fue sin pérdida de vida: costó 35 vidas humanas.

En nuestro contacto de ayer con el sitio de Daía y con la cabecera del Chilkoot Pass, y en lo que vemos hoy, sentimos como si todavía quedase una fuerza psíquica dejada en el ambiente por aquella gran locura.

No es de extrañarse que esta nueva ruta que seguimos fue construida recién hace poco: está cortada en roca viva, o rellenada en terraplenes por el material traído de las partes recortadas, es decir que el aspecto ingenieril de la carretera es muy interesante, y vale decir que el panorama también lo es.

Acabamos de emerger en una áspera superficie basáltica; escabrosa, desnuda, salpicada de ojos de agua esmeralda; todo ello de una belleza severa como nunca vimos hasta ahora, a pesar de la variedad de panoramas y formaciones topográficas ya vistas, y, lamentablemente, nos parece, imposible de captar en película.

Y sigue la calesita de las fronteras. Pero falta menos. Salimos otra vez de Vespuccia, por última vez de Alaska, según el ya habitual sainete con variaciones de los formularios; y entramos otra vez a Canadá - creemos que por última vez en esta Expedición, después de tantas veces, si bien no por última vez a Colombia Británica - y sin el menor problema, porque tuvimos la cordura de callar a donde vamos, diciendo, de la manera más conformista, que íbamos al lugar superturístico de Banff y Jasper - que allí honestamente también vamos a ir, pero el derrotero que tomaremos ... ahí está el detalle.

El paisaje sigue austeramente hermoso y sigue infotografiable.

No tenemos la menor idea de qué distancia nos falta para el pueblo de Carcross.

Terminaron las formaciones basálticas atormentadas; otra vez tenemos típicos bosques de coníferos.

Se les agregó, ahora, un lago de buena extensión; y, con los cerros en el trasfondo, tenemos un arquetipo de belleza estereotipada como se la ve, a veces, en tarjetas postales.