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enterarnos de que las reglas alimenticias también se van aflojando, después de haber visto aquella otra joven ingurgitando su gaseosa; y ciertamente no nos extrañó enterarnos de que, por lo tanto, la salud en general de la comunidad se va cuesta abajo; una lástima.

Estamos cerca de la punta marítima de la península de Kenai, a poca distancia del pueblo de Homer, pero no vamos a ir hasta allí, no hay nada que nos atraiga; aquí o allá, estamos a un paso del golfo de Alaska, una caldera de petróleo, de pescado, de terremotos, de tempestades, de tsunamis.

Hemos llegado así, salvo acontecimientos futuros imprevistos, al punto más occidental de esta Expedición.

Vamos a ir regresando hacia Anchorage y hacia el norte.

Decidimos llegarnos hoy mismo nuevamente hasta el pueblo de Kenai para pernoctar una tercera vez en el lugar que ya conocemos.

Aproximándonos a Kenai, acabamos de tomar consciencia, como en un relámpago, de que nos olvidamos, en nuestro primer paso, de otra visita en este pueblo, un invernadero gigantesco "de 40 hectáreas bajo techo".  Habrá que investigar esto.

Y ahora, por colmo, al doblar por el camino local hacia nuestro lugar nocturno, vemos lo que no vimos las veces anteriores cuando pasamos por aquí: que dicho invernadero se encuentra justamente en este mismito camino, unos 3,5 kilómetros más allá de nuestro dormitorio.  Así que, naturalmente, mañana es allí que empezaremos.

En nuestro rincón nocturno, nos está esperando un signo de la lenta pero aparentemente ineludible corrosión de la naturaleza por la actividad humana: en este lugar que, durante dos noches, conocimos como un callejón rodeado por un espeso bosque, ahora apareció un cartel En Venta; sic transit frescura mundi.

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Esta mañana, pues, empezamos con el invernadero.

La primera y principal sorpresa que nos llevamos fue que no se trata, de ninguna manera, de 40 hectáreas bajo techo sino de 40.000 pies cuadrados, lo que algún genio habrá traducido sabiamente en 40 hectáreas, cuando, en realidad, se trata de un poco más de un tercio de una sola hectárea.

Por otra parte, nada extraordinario aprendimos salvo, quizás,