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todas nuestras aventuras nevadas, en la tierra prohibida de la bahía de Hudson, y en el camino hacia Tuktoyaktuk.

El paisaje sigue hermoso, hasta magnífico.

Es la tercera vez que vemos formaciones rocosas que se parecen a ruinas de fortines, pero no lo son.

Seguimos subiendo. La escarpada profundidad de uno de los muchos valles acaba de sugerirnos la visión, por lo menos la visión que nos hacemos, del valle del río Urubamba; vamos a ver si es cierto - cuando lleguemos al Perú, si Dios quiere.

No puede haber sido por aquí que venían ... - ¿por dónde venían los Rusos vendiendo, más probablemente canjeando por pieles, sus manufacturas hasta en regiones hoy dentro de este Yukon - que entonces no existía?

Nos desviamos del camino, para seguir una huella hacia lo que creíamos que sería los restos de un campamento minero de oro de la gran época. En su vez, nos encontramos con, y estamos en el medio de, toda una constelación de campamentos mineros de oro, muy de hoy, y en plena actividad. En plena, hasta febril, actividad; porque, según hablamos con algunos de los industriales - nos cuesta llamarlos mineros - pueden trabajar solamente parte del año porque, en invierno, por la nieve, esta zona es inaccesible. De manera que, en realidad, los vemos justamente en el inicio de su temporada corriente.



Mineros ... y mineras

Descubrimos que, hoy en día, con los poderosos medios modernos disponibles, la extracción del oro no se limita más a terrenos servicialmente desmenuzados, separados y clasificados por una corriente de agua natural, o sea, no se limita más al lecho de un arroyo o río, sino que se efectúa en los terrenos igualmente auríferos fuera de la corriente natural de agua, gracias a corrientes de agua inclusive más virulentas que las corrientes naturales - gracias a chorros mecánicos de agua; vimos cómo grandes cargadores frontales levantan tremendas porciones del mineral aurífero, a varias distancias del río, y las vierten frente a una batería de poderosos chorros de agua que apartan el lodo aurífero de los cuerpos más gruesos y, por ende, estériles.

Después de ver y oír estos mastodontes mecánicos, y de oír el estrépito infernal de las palas mecánicas y del lavadero motorizado, todo cuanto, hoy en día, se utiliza para la extracción del oro, no puede no reventar, y reducirse a aura de ideal, la imagen romántica de un minero solitario agachado, o dos o tres, cerca de un arroyo, sacándose pepitas de oro, o por lo menos polvo de oro, de entre la grava, y de las hendiduras de la roca.

Después de tres horas de este trajín, que tiene que haber aflojado un par de huesos en nuestros cuerpos y una docena de tuercas en nuestro vehículo, estamos de vuelta en el camino hacia la frontera con Vespuccia.