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en sus oportunidades y que tuvimos que postergar para momentos más aquietados de la Expedición, todavía no tuvimos el tiempo de tratarlos y todavía tendrán que esperar aquellos soñados momentos de menos presión - no nos extrañaría tanto que tengan que esperar hasta el final de la Expedición si las cosas siguen así.

En cierta medida, también es increíble que el vehículo pudo ser enderezado, arreglado, hermetizado, y que, ahora, podamos seguir la Expedición con él como si fuera nuevo.

Ah, se nos iba a olvidar que aquí, en Whitehorse, tuvimos la confirmación de una impresión que se nos estaba formando ya desde Nova Scotia, a saber que los Canadienses tienen un sentir muy débil de nacionalidad; en cada lugar, les resulta más fácil ser del lugar que de Canadá. Y como corolario bastante natural, tanta más dificultad tienen en concebir un vínculo de continentalidad con las otras naciones del continente americano: cualquier país desde México hacia el sur podría encontrarse en la Luna que sería lo mismo; y en cuanto a Vespuccia, podría desaparecer del mapa, que a los Canadienses no les molestaría en absoluto - inclusive, no les gustaría ser considerados como "Americanos", entiéndase Vespuccianos, por lo que esta palabra llegó a significar en términos de actividades reprensibles internacionales.

Así se termina este capítulo de nuestro vuelco en el Artico y de sus consecuencias.

Mañana o pasado, todavía no sabemos, será hacia adelante con nuestra Expedición.

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Recorrimos más o menos un tercio de la distancia de Whitehorse de vuelta hacia Dawson City. Estamos viajando en sentido contrario por la misma carretera por donde bajamos de Dawson City, del norte, a Whitehorse. Pero, si bien la carretera es la misma, es un mundo totalmente diferente.

De la blancura sin fin, no queda ni un vestigio; hay una profusión de flores violetas que deben de ser las flores de primavera de esta zona; los árboles de hojas se han vestido de un manto temblón de color verde fresco; los coníferos, de verde obscuro, alargan sus ramas por medio de centenares de retoños verde claro; las aguas del río Yukon fluyen al aire libre y los lagos se estremecen bajo la caricia del viento. Todo ello no es falto de lindura, pero es una lindura trillada que no se puede equiparar, en lo más mínimo, con la grandeza de la misma zona bajo la infinita capa blanca invernal. Lo que más maravilla quizás, es observar las hormigas y otros insectos, y preguntarse cómo pudieron y dónde pudieron sobrevivir los rudos, duros, fríos invernales de esta región.