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No exactamente lo que esperábamos encontrar en la Alaskana.

Mientras, volvió el asfalto, o por lo menos un afirmado bueno.

Otra cosa que sorprende es la gran proporción de árboles de hojas deciduas, muchas veces, inclusive, más numerosos que los árboles de agujas - y ello, que nos encontramos ya a una latitud más septentrional que la que alcanzamos cerca de la bahía de Hudson.

Ya en tren de comparaciones, no hay aquí ni la sombra del encanto que había en la bahía de Hudson. Por ahora, es esta carretera como cualquier otra carretera, y el paisaje, como muchos otros paisajes. Aunque, el encanto de la bahía de Hudson no era ni el paisaje, ni la carretera, sino el ambiente.

Por lo menos, tampoco hay directivas de manejo; estamos disfrutando de una libertad, de un uso de libre determinación, que solía ser lo habitual pero que ahora, en lugares presumidos de civilizados, ya casi por completo desapareció: cuando se nos viene un vehículo en sentido contrario, sabemos que nos conviene quedarnos en nuestra mitad de la carretera porque sabemos, de nuestra propia inteligencia, que es la única manera de evitar un choque, y decidimos pues, por nuestra propia libertad de determinación, quedarnos en nuestra mitad de la carretera sin que nos lo mande una línea medianera marcada implacablemente en el medio de la calzada; cuando nos aproximamos a una loma, también nos apartamos y nos quedamos en nuestra mitad de la carretera porque nos damos cuenta nosotros mismos, por nuestra propia inteligencia, de que no se puede ver del otro lado de la loma, y decidimos nosotros, por nuestra propia voluntad, quedarnos en nuestra mitad sin que así nos lo mande una línea marcada en la calzada - y - dos carteles, uno de cada costado de la carretera.

Es una sensación de libertad y pleno uso de las facultades natas del espíritu humano nada menos que entusiasmante en comparación con los barrotes de las superregulaciones de la organización moderna.

Acabamos de pasar por el pueblo de Fort Nelson.

Según advertencias, tenía que ser un pueblo de los más escabrosos, pero nosotros lo encontramos tan mansito como cualquier otro. Naturalmente que después de Chicago, Detroit y otros, cualquier cosa parece mansita.

La carretera sigue siendo básicamente buena, ya sea de asfalto o de ripio; lo peor es cuando llega un trecho de asfalto roto.

Es divertido e instructivo ir pasando de un tipo de trazado vial a otro, como ocurre en esta carretera; hay trechos con abundancia de curvas y de altibajos que se amoldan íntimamente a la topografía real del terreno, y que deben de ser los restos del trazado de la trocha original; y hay trechos ya con un trazado mucho más artificial, del tipo para motoristas burócratas modernos.