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Lake, la zona se parece mucho a la zona alrededor de Moscú. Es increíble. Y nos toca a nosotros, en esta Expedición, pasar cerquita de dicho lugar y no poder ignorar semejantes disparates. Debe de ser un chiste. Pero la noticia, la escuchamos.

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A punto de salir de Dawson Creek. Pero no cuándo y cómo lo hubiésemos imaginado y deseado.

Pasaron todos los días que tenían que haber pasado, y otro más, y otro más, ya perdimos la cuenta. En resumen, llegamos a Dawson Creek un martes al medio día, y hoy, sábado, quizás por fin echaremos a andar otra vez - y no sábado tempranito a la mañana, sino, por desesperación, dentro de un ratito, ya de tardecita - y desde el martes, no paramos un minuto.

Ya teníamos que haber salido ayer, pero el soporte de la heladera empezó a chillar en su abulonamiento en el piso del vehículo y tuvimos que arreglarlo porque la perspectiva de recorrer 8.000 ó 9.000 kilómetros de ripio con semejante chillido era totalmente repelente, inaceptable. Media hora nos pasamos, pues, arreglando el chillido - pero quizás tres horas, entre sacar todas las cosas en, alrededor, y encima de, la heladera para poder hacer el trabajo de media hora, y, luego, poner de vuelta cada cosa en su sitio. Nos consolamos diciéndonos que íbamos a acostarnos tempranito para salir bien de madrugada.

Pero, mientras las manos hacían el trabajo, la cabeza rumiaba otra cosa: ya que, de aquí en adelante, aun con la Alaskana parcialmente pavimentada, iríamos a viajar por tantos miles de kilómetros de ripio, ¿no sería éste el momento de colocar en nuestro vehículo los protectores de faros que Karel había fabricado antes de salir? Sí; y, colocándolos, Karel se dio cuenta de que los faros de neblina no funcionaban; otro problema que tuvo que analizar. Y ya era de noche, había 15 grados bajo cero, y todavía no había encontrado la solución al problema, porque había electricidad en todos los lados pero las bombillas no prendían; lo único cierto era que no íbamos a salir tempranito el día siguiente.

Al día siguiente tempranito, o sea esta mañana tempranito, el Sol levantándose encontró a Karel ya acostado debajo del coche con una idea fresca, que resultó ser la cierta, a saber que los contactos entre los soportes de las luces de neblina y el paragolpe se habían oxidado; no gran cosa, pero desarmar todo, limpiar todo, rearmar todo, llevó tiempo.

Y finalmente, entre comprar una y otra cosa, y 155 litros de nafta, y grabar las presentes notas, aquí estamos por viajar, después de las cinco de la tarde, hacia el norte.  Qué barbaridad.