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daneses cruzándonos en la carretera nos guiñan, uno tras el otro, sus faros como si fuésemos culpables de una intolerable violación, no de un reglamento sino de etiqueta tribal?

La cosa nos es bastante irritante, tanto por lo estúpido del caso como por el desasosiego visual infligido. Pero no estamos inclinados a someternos a estupidez. Estamos preparados, si se nos quiere obligar a prender los faros, a ya sea viajar sólo de noche o hacer un circo con grandes flechas de cartulina apuntando a los faros, o con molinillos de viento girando cerca de los faros.

Si se nos quiere convencer de que es para mayor seguridad de tránsito, para el chofer de esta Expedición es mayor probabilidad de accidente porque, mientras los ojos están distraídos por las luces, como fisiológicamente no pueden no serlo, otras cosas ocurren en la carretera - cerca, lejos, desde los costados - que, por la distracción, pueden quedar inobservadas.

Lo que sí, para mejor seguridad, los ingenieros automotores tendrían que salir de sus costumbres, hacer un estudio de visibilidad de colores, nunca pintar en colores de poca visibilidad, y siempre pintar en dos colores de buen índice cromático, para que, por lo menos uno de los colores sea siempre visible contra el fondo de cambios ópticos que rodean los vehículos.

Luces siempre prendidas, en motocicletas, sí; en automotores de cuatro ruedas, no.

Nos estremecemos con sólo el pensamiento de que podría haber sido así durante toda la Expedición.  Probablemente no lo hubiésemos aguantado.

El colmo es que los ciclistas, que son quienes tendrían que tener luces prendidas para compensar su pequeño tamaño y poca visibilidad, no las tienen, aun cuando comparten la calzada con los automóviles, como es el caso en las aglomeraciones urbanas.

Con tan patológica fijación en seguridad - se supone que esa es la razón - y con la división, aun de las pistas reservadas a ciclistas, por la interminable línea medianera, sugerimos que las veredas para peatones también tendrían que tener su línea punteada medianera longitudinal para evitar carambolas entre peatones. Y tendría que haber una ley obligando perros a llevar en la cola un moño de cinta reflectora. Otro elemento de gran importancia para seguridad pública es la correa para perros. Por ley, la correa tendría que quedar limitada a cincuenta centímetros de longitud desde la mano del cuidador al collar del perro o, en caso de mayor longitud, ser provista de un material reflector o de lucecitas.  Hasta quedaría pintoresco.

¡Ah, libertad, libertad de pensar por sí mismo, de ser sí mismo, como te conocimos, felizmente, en muchos sitios de esta Expedición!