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durante nuestro paso por Washington, cuando hablamos con el cónsul checo para una averiguación, no habían pasado cinco minutos que la conversación pasó al encanto de buscar hongos.

Hay un sinfín de derroteros de caminatas, balisados por una específica cromo-identificación para cada derrotero, por, o hacia, lugares de interés, con destino y kilometraje indicados en las terminales para que la gente sepa en qué se mete - entre dos y ocho kilómetros, y a veces más, por ejemplo quince kilómetros, por terrenos desiguales.

No podemos resistir un comentario personal. Estas dos actividades - recolección de frutos silvestres y caminatas - tienen una característica en común, característica que estrecha la intimidad con la naturaleza: en ambos casos, no se sabe qué esperar y dónde esperarlo, y hay que andar siempre alerta porque no se sabe dónde aparecerá cada hongo, y no se sabe dónde aparecerá cada pequeño rectángulo polícromo, habitualmente en algún árbol entre muchos, o quizás en una piedra, un poste, quién sabe, todo lo cual agudiza inmensamente la comunión con la naturaleza, a la vez que mantiene el interés de un permanente descubrir.

Y la indumentaria de los Checos en sus contactos con la naturaleza también es casi paraboriginal; los niños no infrecuentemente andan paradisíacamente desnudos hasta edad bastante avanzada.

No se puede no pensar en una manifestación atávica de una primitiva relación sagrada con la naturaleza.

Nunca se nos ocurrió preguntarnos si las varias naciones paraborígenes jamás tuvieron un himno nacional, pero de haberlo tenido, bien podría haber sido algo como el himno nacional checo que refleja y destaca naturofilia y apacibilidad:

¿Dónde, mi tierra? ¿Dónde, mi hogar?
Agua susurra por las praderas,
Pinos murmuran por entre rocas,
En el huerto asoma la flor primaveral
Sí, una vista de paraíso terrenal.

Incidentalmente, este himno nacional está acompañado de dos particularidades emotivas.

Por una parte, no fue escrito como himno ni fue elegido administrativamente como himno, sino que fue originalmente un simple número cantado en una zarzuela, y que fue el uso popular que lo elevó poco a poco a nivel de himno nacional.  Himno nacional verdadero en oposición a himno estatal.

Por otra parte, cuando, en el siglo XIX, uno de los próceres checos sugirió a Bedřich Smetana que, como compositor nacional, compusiera un "verdadero" himno nacional, el compositor rehusó, arguyendo que el pueblo ya había elegido un himno nacional de su propia satisfacción, y que más no era necesario ni apropiado.