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Iglesia mozárabe de Cebrián de Mazote. Pedazos de iglesia mozárabe, complementados y mantenidos en su sitio por rellenos; como en los museos de arqueología, donde tiestos insuficientes para reconstruir una vasija rota están complementados y mantenidos en su sitio por una prótesis de arcilla.

Con todo, por una parte - por fuera - se nota también una sencillez espartana, siendo la sola nota de fantasía la diferencia de tono entre ladrillos tirando a lo amarillento y ladrillos tirando a lo rojizo; y por otra parte - por dentro, pues - los arcos en herradura, lo que, en esta iglesia de los siglos IX a X, no ha de sorprender.

En cuanto a las columnas, otro caso de re-utilización de material anterior; pero ahora, no de material romano en edificio visigótico sino de material visigótico en edificio mozárabe, en particular un llamativo fuste con estrías en espiral como vimos uno en la mezquita de Córdoba.

Considerando que estamos no muy lejos, quizás cuarenta kilómetros, del seductor bosquecillo de pinos donde pasamos dos noches antes de ocuparnos de Tordesillas, a la espera de la llegada de la renovación de la patente; considerando que estos últimos días fueron bastante cansadores; considerando que estamos disfrutando de poder disfrutar ahora la renovación de la patente - ¿por qué, por qué, nos tocó ese traumático contratiempo en Palenque, por razones que siempre ignoramos, que nos sigue marcando cada año aun ahora; considerando que, otra vez, tenemos tal acumulación de tareas varias que más no puede esperar; vamos a refugiarnos, y quedarnos un par de días y noches, en aquel bosquecillo, para el misterioso proceso de descontracción-por-medio-de-trabajo - quizás la diferencia sea que, en las actividades propias de la Expedición, estamos siempre enfrentando, solucionando, asimilando, novedades, tanto físicas como intelectuales, mientras que, en las tareas varias, todo es sólo rutina y paciencia.

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En el pinar. Bastante alejado de la ruta y de su ruido, algo de tres kilómetros; rodeado de campos; silencio, salvo el viento en los pinos y salvo los pájaros; con manejo de insolación perfecto: de madrugada y de tardecita, sol rasante desde el horizonte por entre los troncos; de día, sombra debajo del dosel de las copas. Dos veces al día, de mañana, yendo, de tarde, volviendo, dos grandes rebaños de ovejas - bueno "grandes", en la Patagonia serían chicos - algo de 250 cabezas cada uno, pasan trotando por un camino de tierra rural, en poliritmo aleatorio con el paso, parejo y decidido, del pastor, y bajo vigilancia de dos perros que no admiten derivas desde el recto, polvoriento, camino hacia las tentaciones gastronómicas de los cultivos sin cercos.