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Mientras tanto, nos estamos acercando a la ciudad de Portland. La vamos a cruzar sin parar, en procura de dos o tres puntos a lo largo del río Columbia, pero luego volveremos a ella.

Oregon sigue siendo verdeante, atractivo, a escala humana, y no es de extrañarse que los invasores del siglo pasado - sí, recién del siglo pasado, hay que tomar vívida consciencia de ello - se lanzaban a cruzar todo el continente, de océano a océano, para llegar a estas tierras tan parecidas a Europa.

Estamos viajando, pues, a lo largo del río Columbia; por su orilla sur, que se encuentra todavía en Oregon; por una autopista, que es el único medio de comunicación de este lado del río; en dirección al pueblo de Hood River. Sabemos que hay otro camino, en la otra orilla, ya en el estado de Washington, más pintoresco, pero tenemos apuro en llegar a Hood River antes de que atardezca porque estamos en pleno territorio, en el corazón del vasto territorio, de los sascuaches, para tratar de ubicar a un experto en esta difícil temática, que parece que reside allí.

¿Qué sabemos ya de los sascuaches?

Sascuaches son, ya sea en misteriosa realidad o en misteriosa superchería - y es lo que no está comprobado ni en un sentido ni en el otro - lo que, en traducción más entendible, se llamaría patagones - lo que ya establece que sascuaches son algo con patas descomunales. En más detalle, son, ya sea en invento de impostura o en descripción de realidad,

→ voluminosos pitecántropos, en el sentido básico de la palabra, de altura variando entre 2,1 y 2,4 metros, y de peso variando entre 220 y 450 kilogramos;

→ de naturaleza apacible, aunque capaces de violencia bajo provocación; hay casos aducidos, de lapidación de una cabaña en la soledad silvestre, de vuelco del vehículo de una cuadrilla de mantenimiento vial;

→ y son de olor muy fuerte.

Los indicios de su existencia son, innumerables pisadas y numerosas denuncias de avistamientos en vivo; con, como aducidas pruebas, unos fugaces segundos de un tal avistamiento fortuitamente captados por el denunciante en su filmadora familial, y muchos moldes de las innumerables huellas.

Y son estos indicios que guardan el veredicto en el dilema entre fraude y autenticidad. Es ciertamente posible fabricar estos indicios, incluso la toma filmada, pero ello no es prueba de que fueron fabricados.

En último análisis, si se quisiese hacer un inventario de razones a favor o en contra de estos elusivos patagones, se obtendría algo como lo siguiente.