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Muy bien nos imaginamos el pánico, porque nosotros, con los pies bien plantados en tierra firme, no podemos evitar de ser sacudidos por el viento; y las fotografías que intentamos tomar fueron, cada una, un acto de fe. Algo, en todo esto, nos hace pensar en el Artico - no el Artico de invierno con frioturas de menos 40 grados semana tras semana, sino el Artico de verano. Este algo es las alfombras de florcitas, típicamente como en el Artico - no la misma especie, naturalmente - pero tan al ras de tierra y tan densas como allá, como protección contra la violencia de los elementos, y tan vívidas en sus colores como allá, como para desafiar la dificultad, si no crueldad, de su destino.

A dormir, con el viento hululando.  Ya estamos acostumbrados.

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Esta mañana, apenas echamos a andar, otra vez el problema de las indicaciones viales deficientes. Hace doscientos kilómetros, había carteles para Lisboa; ahora que estamos a 30 kilómetros, ni uno; toda clase de carteles para pueblos chicos y grandes, pero Lisboa no.  Tuvimos que preguntar.

Apenas entrados en los límites de la ciudad, nos llamó la atención un monumento. Estamos aprendiendo que conmemora un evento que complementa muy bien nuestros conocimientos adquiridos en Eria en cuanto a la primera travesía aérea del Atlántico norte: el primer cruce aéreo del Atlántico sur; en 1922, por Sacadura Cabral y Gago Coutinha; de Lisboa a Rio de Janeiro; claro que con escalas en Las Palmas y Recife; o sea que el "cruce del Atlántico sur" no fue de Lisboa a Rio sino solamente de Las Palmas a Recife; y con otras escalitas, no muy obvias, como ser en los islotes de San Tiago, Penedos y Noronha; en sesenta horas de vuelo. Y el avión - de dos planos, de armazón de madera cubierto de tela - por la grandísima duda, era un hidro-avión.

No es culpa nuestra si seguimos notando cosas que no tienen relación con la Expedición, pero que no podemos no ver.

Por ejemplo, desde este monumento de la travesía, vemos una construcción cuya fotografía es prácticamente obligatoria en cualquier folleto sobre Lisboa, la Torre de Belém ("m" en portugués); pero que no es una torre sino un fortín de opereta; de opereta, porque, de dos cosas una: o es un fortín de verdad para violencias militares, y, en este caso, su preciosidad es de opereta, o es una ostentación de preciosidad, y, en este caso, su militarismo es de opereta. Ya sabemos que nada tiene que ver con los propósitos de la Expedición, pero no podemos no ver, no podemos no reaccionar.

Otra vista, desde este mismo monumento de la travesía, es un puente suspendido; y éste tiene más que ver con la Expedición porque es lo suficientemente grande como para hacernos preguntar si acaso no lo llaman Dyi >>>>>>>>