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Digresión demasiado alejada; de vuelta a nuestros propósitos; hacia el sur. Hoy, ya no. Mañana. Porque, hoy, nos esperan también quehaceres varios, especialmente de correspondencia. Cuánta gente tenemos que agradecer de vez en cuando por sus atenciones para con nosotros.

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Quién pasa por la ruta por donde pasamos nosotros no puede no ver, y no pudimos no ver - tal una ilustración idealizada de cosas medievales proyectada en realidad palpable - un cuadrilátero de imponentes murallas defensivas, orladas de almenas y puntuadas de torres, un cuadrilátero irregular amoldándose a las escarpas de una loma, alrededor de un puñado de nítidas casitas de paredes blancas y tejados en los rojizos. Lindo cuadro, a primera vista, pero después de un rato, algo incongruo, por la vigilante inquietud de las fortificaciones y la sosegada prosperidad de las casas. Se nos dio por averiguar.


La imponente muralla

Aprendimos que es el sitio fortificado, pequeño por tamaño, grande por historia, de nombre Óbidos; iniciado por los Keltas en 308 a.C.; conquistado por el césar Julio en el siglo I, con la subsiguiente construcción de un templo; ocupado por los Visigodos en el siglo V, con la subsiguiente construcción de otro templo; ocupado por los Moros desde el siglo VII a 1148; modelado en los siglos siguientes a su aspecto final; mantenido hasta nuestros días por la cirugía plástica de generosas restauraciones, incluyendo las murallas; y explotado, hoy en día, como ordeñador, o sangrador, de turistas - lo que bien explica el aspecto de las casitas, prósperas gracias al poder atractivo de las murallas, en vez de preocupadas como lo sugeriría el poder defensivo de las murallas.

Otra digresión sin relación con nuestros propósitos; salvo que nos desató, en la memoria, la imagen de la salvaje muralla defensiva de Cuélap.

Después de Óbidos, por fin, menor densidad de construcciones; incluso aparecieron campos de verdad, lo que no quiere decir que no haya siempre centenares de casas a la vista por los altibajos de la topografía.

Pero sigue la contaminación.

Hoy es otro día con más curvas que rectas; y es otro día de indicaciones viales defectuosas, aun inexistentes, con la consecuente inmobilización en el medio de un cruce, con la agravante de que hay mucho tráfico, lo que nos deja la opción ya sea de entorpecer el tráfico o lanzarnos en una dirección que tiene dos probabilidades en tres de estar equivocada. En América Ibérica, por lo menos, cuando ocurría, estábamos frecuentemente solos en el medio del cruce, no sabiendo por dónde ir.