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mostrar el número que se va marcando, de manera que se tiene la verificación visual de que el número fue marcado correctamente. Y, naturalmente, hay los lugares donde los teléfonos públicos no tienen ni pantalla de saldo, ni pantalla de número, ni operadora.

De una vez, hay que tomar el tiempo para anotarlo, porque va ocurriendo y recurriendo ya desde Liverpool: el tráfico "a contramano" (por la izquierda), para quien no está acostumbrado, es mucho más peligroso para un peatón neófito que para un conductor. El conductor está casi siempre encarrilado por el tráfico, pero no así el peatón, quien sigue mirando, por la inveterada costumbre, a la izquierda primero, mientras el tráfico se le viene encima desde el otro lado, la derecha. Como conductor, Karel se acostumbró muy bien; como peatones, todavía estamos arriesgando nuestras vidas. Habrá que ver cómo serán las cosas cuando regresemos al tráfico común, por la derecha, lo que será pronto, en el continente.

Y de una vez, hay que tomar el tiempo para anotarlo, porque lo sabemos desde nuestra noche en Liverpool, cuando lo descubrimos para desagrado nuestro. El taxista nos había dicho que conocía un "lindo" hotel y había agregado que "bien económico", un precio que nos había parecido, efectivamente, razonable para algo "económico" en base al precio para la gran comodidad del hotel en Halifax. Pero cuando llegamos al hotel, descubrimos que el precio era para una sola persona, y no dos. ¿Y para dos? ¿Tal vez algo de 25 por ciento más, según se estila en Canadá? No, 100 por cien más; el doble. Nos preguntamos si la habitación para dos tiene todo en doble, incluyendo paredes, el ambiente deprimente, y el aire para respirar.

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Pasado el peligro del paganismo navideño. Pero lloviendo torrencialmente. Eso lo sabemos no solamente porque lo vemos sino también porque está en las noticias nacionales, junto con las vergonzosas derrotas de los criquetistas reinanónimos en Australia y junto con los gloriosos logros de los científicos reinanónimos en los laureles Nobel: hay un diluvio en Gales y el sureste de Inglaterra como no lo hubo en años.

Igual, vamos; no podemos estar atrasándonos tanto.

Contra las laderas de las sierras galesas elevándose, no muy alto pero empinadamente, por encima de la ruta, la lluvia tiene una tridimensionalidad - o, mejor dicho, se ve su tridimensionalidad - en dramática grandeza, en tremebunda hermosura. Los lechos de los torrentes, apenas si pueden contener las aguas coléricas; y, a veces, no pueden. Las laderas están guarnecidas de zigzagueos blancos espumosos.  Un mundo que el mundo de los turistas - que >>>>>>>>