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Ultima-última observación. En todos los veintidós días que estuvimos en Eria, nunca nadie nos dirigió siquiera una palabra, nadie siquiera nos miró. Nada. Cuando nosotros establecimos contacto, como en Galway o Clonfert y en otros sitios, para aprender cosas, siempre recibimos la más calurosa y extensa atención que se pudiera desear - pero en cuanto a contacto callejero iniciado por otro, como ocurre en otras partes y como ocurrió tan profusamente, como ejemplo más reciente, en Gales, absolutamente nada. Nunca sabremos si por ensimismamiento de la gente o por la inclemencia del tiempo. Probablemente por ensimismamiento porque no hay inclemencia de tiempo que no hubiese permitido aunque haya sido una furtiva ojeada. Nada. ¿O tal vez una inhibición cultural? Según nos explicó, en una oportunidad, un Guayanés - después de que nosotros hubiésemos establecido contacto con él: entre nosotros, se enseña no meterse en la vida de los demás.

En cuanto a la garda - que es así, a la latina, que, en este país kelto-anglófono, se llama la policía - sólo dos veces nos miró. Una vez, como era de día, entabló conversación con nosotros pero no como inquisición sino como plática.  Una vez, cuando era de noche, nos miró pero nos dejó en paz.

Así termina nuestro muy interesante contacto con Eria.

De vuelta en tierra galesa. Nuestro derrotero ahora nos llevará hacia el sur; pero con Navidad y sus borracheras aproximándose, decidimos regresar a Llandrillo yn Rhos, no lejos de aquí, y ciertamente muy a salvo de vandalismo.

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Llandrillo yn Rhos, en nuestro pequeño promontorio frente al mar.

Otra vez, la gente, extremamente amable.

En una oportunidad, se detuvo a charlar un hombre; y, al finalizarse la conversación, nos preguntó si necesitábamos algo. "No, muchas gracias" le dijimos. Y agregamos - como chiste, con la conciencia tranquila de que, como graciosa imposibilidad, no podría poner a nuestro interlocutor en compromiso - "únicamente agua para lavar el coche" a la vez que, con ademán, enfatizamos la costra de mugre iresa ciñendo el vehículo.

Al rato, cuando estábamos absortos tratando de encontrar la causa del mal funcionamiento errático de una luz roja trasera, quién apareció, el hombre; cargando dos baldes, un balde de agua caliente y espumante de perfumado líquido para lavar vajilla y con un trapo, y un balde con agua caliente limpia para enjuagar. Absolutamente increíble. Y nos dejó los baldes. Que los vendría a recoger más tarde.