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Además, leyendo la información, se lo puede hacer al ritmo, y al gusto, del visitante - rápido cuando posible, lentamente o pausando, hasta repitiendo, cuando necesario - en vez de tener que seguir el desalmado flujo del narrador eletromagnético.

> Segundo, la organización espacial de cada tema. No hay indicación en qué dirección recorrer la sala. Preguntamos al guarda. Nos dijo que no importa. Y como, por alguna razón, empezamos por la derecha al entrar, nos encontramos luchando con el microscopio electrosensor para terminar con el primer microscopio óptico, nos encontramos descubriendo el flujo de electricidad por superconductores para terminar con la tradicional analogía elemental entre flujo y presión de agua en una manguera y flujo y presión de electricidad en un alambre, en vez de haber sido guiados de lo más simple y antiguo a lo más complejo y moderno por una museografía elementalmente inteligente, por una simple flecha. Increíble, tanta ineptitud en una muestra de ciencia de avanzada, bajo los auspicios y la responsabilidad, por colmo, del propio laboratorio donde estos adelantos fueron descubiertos.

> Finalmente, la doble insensatez, por parte del museo, y por parte del sistema educacional vespucciano, de traer, y de permitir la entrada de, manadas de escolares elementales que, si es que saben leer, ciertamente no se toman la pena de leer, sólo se desparraman como langostas, apretando botones o cualquier cosa que parece ser un botón por doquier, y, sin prestar atención más de cinco segundos a qué pasa como resultado de haber apretado el botón, golpetean superficies evidentemente inertes a ver qué pasa; como monos - como monos enloquecidos en un laboratorio, porque monos en la naturaleza siempre saben qué hacer cómo y cuándo.

Mucho mejor uso del tiempo pedagógico así perdido - en venir, en ostentar la ineptitud del sistema educativo del que esos monitos descontrolados son víctimas, y en volver - y mucho más provechoso para la educación de los niños que esos monos podrían ser, sería enseñarles primero una actitud mental, la actitud de concentrar en un propósito, la habilidad de leer no palabras sino conceptos, y de digerir esos conceptos con la perseverancia necesaria para lograr el propósito.

A juzgar por los resultados, esos niños, que son, nominalmente, para quien mira desde lejos, pequeños dioses dorados del privilegiado paraíso de las "computadoras" que no computan, son, en realidad, más excluidos de una buena ejercitación mental que los "desgraciados, subdesarrollados" niños con sólo papel y lápiz.

Cuando lo único fascinante en este museo tendría que ser las avanzadas científicas expuestas, es fascinante observar la granulosa, incoherente, mentalidad de esos niños, en comparación con la cual, un perro siguiendo una pista o una gallina escarbando su sustento son intelectos doctorales.

Y el barrullo que esos niños crean.