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y cuánto espacio para las piernas entre las filas de butacas; la - o será el - Alice Tully Hall.

Para el toque final, el hecho de que no haya valores artísticos cubriendo, o mitigando, o aprovechando, la desnudez de los edificios no significa que los ojos no estén atraídos, y cautivados hasta que se acostumbren, como los nuestros, viniendo de dónde venimos, por cosas más hipnotizantes que obras de arte en este ambiente de culta, refinada, civilización - por inquisitivas cámaras de televisión espiando, desde sus altas, inaccesibles, perchas, cada movimiento de cada persona.

Brrr. Pobre sociedad. Si, por lo menos, alguien tuviese la idea de aprovechar la necesidad de tal cultura para iniciar un nuevo tipo de estatuaria. Estatuas girando en vaivén en arco predeterminado, ya sea enteras o en su cabeza solamente, como disfraz de las cámaras espías. Claro, alguien nos podría decir que justamente la sola vista de la cámara ya es una disuasión.

Lo cierto es que, en un caballete de estacionamiento de bicicletas, la gente, al estacionar su bicicleta, desenrosca y saca la rueda de adelante, que es demasiado fácil de robar, y la encadena con la parte de atrás de la bicicleta al caballete.

/\  Centro Mercantil Mundial (World Trade Center).

Sus rascanubes mellizos, de 110 pisos cada uno. Lo asombroso, lo impresionante, está en la relación de base tan exigua y de altura lisa, sin escalonamiento, tan atrevida - uno se pregunta dónde está el límite físicamente posible de semejantes estructuras antes de que se derrumben bajo su propio peso.


Los Mellizos

Por dentro, tuvimos el privilegio de ser admitidos en la intimidad de una oficina; admitidos por especial invitación, hay que destacar, de otra manera, no habría caso. La palabra "intimidad" tiene dejo de sarcasmo y la palabra "oficina" tendría que ser "establo humano".

Para empezar, el paso por los puestos de seguridad - como, en un cuento de hadas, el paso por un número ritual de puertas, cada una, con sus requerimientos, antes de penetrar en la cámara sagrada; la última puerta, en este caso, guardada por un cerbero frente a algo como diez o doce cámaras de televisión de vigilancia - en nuestro asombro, ni se nos ocurrió contarlas durante el procedimiento de anotar nuestra identidad, de nosotros y de nuestro auspiciador de adentro también, y la hora exacta, al minuto.

Y adentro, nos encontramos, algo perdidos, en una "oficina" para unos 200/250 empleados, todos, apretujados entre las mismas cuatro paredes y debajo del mismo techo bajo, sin tabiques internos, casi todos, lejos de una ventana, todos, con su propio terminal de procesadora, y todos, sumergidos en un baño de radiaciones emitidas por los centenares de pantallas.  ¡Qué mundo!