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—> En la escena siguiente (tensión), efectivamente aparecieron como flechas dos patrulleros de policía, se colocaron estratégicamente, enfrentando el vehículo de tranquilidad como dos tanques contra un bastión, inundándolo con todas sus luces. Dos policías empezaron a golpear el coche de tranquilidad a puñetazos como queriendo romper los cristales, bajo la protección de dos otros policías apuntando sus revólveres o pistolas, o lo que era, a brazos tendidos, exactamente como en una película, a la vez que algunos (o todos, quién sabe en semejante manicomio) gritaban con amedrentadora ferocidad cosas como ser: "Policía. Cualquiera que se encuentre en la camioneta que salga de inmediato. Ahora. Que salga. Policía" etc. en catarata y sin parar.

—>  En la escena siguiente (se extiende la tensión), a los pocos instantes, se abrió con tranquilidad una de las puertas del vehículo y pausadamente salió un hombre, evidentemente cualquier cosa menos traficante de drogas o criminal armado, desconcertado por la conmoción, perforado por las luces de los policías, a bajo amenaza y peligro real de ser perforado, en un espasmo de dedo, por las balas, preguntando por qué semejante alboroto. Los policías, en vez de contestarle, cambiaron su tonada exigiendo, siempre con dictatorial ferocidad, documentos personales y del vehículo, documentos personales y del vehículo, ahora, ya, documentos personales y del vehículo; y, sin dar al hombre el tiempo físico de sacar los documentos, lo amenazaron de llevarlo preso.

—> Mientras tanto, había salido por la otra puerta del vehículo una señora evidentemente lo suficientemente segura de la legitimidad e impecabilidad de su situación para confrontar a los policías con su enojo ante tan injustificada agresión.  Los policías amenazaron con confiscar el vehículo.

—> Exactamente como en una película. Salvo que (epílogo), en este caso, los traficantes de drogas, o criminales armados y peligrosos, eran ... nosotros.

—> Eventualmente, aprendimos que el subgerente de turno del mercado no se había enterado del permiso dado, el otro día, por el gerente general y, en vez de pedirnos civilizadamente qué pasaba y acaso que nos retirásemos, en cual oportunidad se hubiese enterado del permiso que teníamos, nos había echado, de manera característicamente vespucciana, y sin preaviso, la policía encima. Una violencia como nunca vimos en ningún país, aun los supuestos dictatoriales. Pobres idiotas.

En la práctica, este incidente no nos molesta porque varias veces ya habíamos comentado que, en realidad, la calle a lo largo del estacionamiento, con sus frondosos árboles y poco tráfico, sería un mejor anclaje que el estacionamiento. Y aquí, en la calle, estamos ahora, y estaremos hasta terminar con Washington, porque la seguridad nos parece perfecta y no hay razón para buscar refugio en el parque de acampar, a toda una hora de tráfico >>>>>>>>