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vidrio a prueba de balas, y a cuatro pasos de un puesto de diarios cuyos dos vendedores miraban los acontecimientos como una diversión. Tuvo que ser una mitad de esta Expedición (la otra mitad guardaba el vehículo en la calle) que llamara la policía. ¿Qué admirar más, la ingeniosidad y la desfachatez del ladrón, o la insondable ovinidad de la gente?

Lima - Nueva York. 
                    Ex-aequo.
Nueva York - Lima.

Mientras tanto, en Ciudad México, los esperados vientos abrileños que habitualmente despejan la cámara de gas no lograron este año traer alivio. Ahora, próxima esperanza, las lluvias de junio.

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Por fin, de vuelta a nuestro punto de desvío - después de un paso obligado por la ciudad de Cincinnati. Por fin, fuera del infierno de las superautopistas, más inhumanas que el purgatorio de los caminos de barro, de polvo, de piedra, de asperezas.  Más inhumanas; e imperdonables.

Son perdonables los caminos que, por falta de recursos, no lograron todavía emparejar dificultades naturales, y a veces, en verdad, muy bravas; es una lucha humana de la cual se puede salir exitoso.

Son imperdonables las superautopistas; primero, por la falta de visión filosófica que permite a los ingredientes de una sociedad desparramarse sobre vastas distancias, con la consecuente ineficiente necesidad de permanentemente viajar; y luego, por la creación de superautopistas que no tienen el mérito de solucionar el mal hecho sino que, al contrario, tienen la culpa de ampliar y exacerbarlo, dando al público cada vez más la posibilidad de actuar cada vez más incuerdamente; es un aplastamiento inhumano del cual no se puede salir sino embrutecido.

Además, el pavimento de las superautopistas no es siempre tan ejemplar como nos parecía, años atrás; al contrario, a veces, hay que incluso disminuir la velocidad; parece que no es exclusividad solamente de algunos países construir carreteras pero luego no mantenerlas en condiciones.

Claro que los lugares benditamente libres de tal elefantiasis vial tampoco tienen la gloria de su grandiosa corona en el cielo, en la forma de una flotilla de helicópteros relatando desde arriba a las estaciones de radio, y éstas al público, las infaustas vicisitudes del tráfico autopistero: accidente de dos vehículos por aquí, con retraso del tráfico; camión con acoplado tumbado por allá, con corte total del tráfico; demora de media hora en este puente, demora de veinte minutos en aquel túnel, etc. etc.

Es fácil, sin duda, dejarse impresionar, a primera vista, por la red de autopistas, y especialmente por la complejidad cirquense de sus interconexiones, incluyendo la grandiosidad de la relación celestial de los >>>>>>>>