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Tres estaciones de nafta en un solo cruce - y cada una, amplia (ésta, donde estamos, con doce bombas, ofreciendo tres diferentes tipos de nafta, cuatro bombas para cada tipo de nafta); y cada una, impecable, a todo lujo de plásticos y luces ...; y cada una, con nunca más de dos coches a la vez; a veces, con largos intervalos sin ningún coche, de manera que si se concentrara los clientes de las tres estaciones en una sola, ésta todavía resultaría un doloroso subaprovechamiento de la pequeña fortuna invertida en su construcción y equipamiento. No entendemos - y rememoramos las estaciones de servicio en Bolivia, con capital invertido aprovechado hasta reventar: cinco a quince vehículos permanentemente - permanentemente - en cola para cada surtidor - cada surtidor - de los dos o tres o cuatro disponibles ...

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Mal empezó este lunes.

Primero, una curiosidad: un frío a penetrar hasta los huesos, si bien totalmente inexplicable en términos de grados; sólo un grado bajo cero; quizás sea el viento.

Luego, una mala sorpresa: al prender el motor, apareció una pérdida en el radiador; por lo tanto, la contrariedad de tener que buscar el origen de la pérdida, en el viento frígido. Primero, creímos que podría ser una junta aflojada por el frío, pero no - y nos quedamos, por lo tanto, con perspectivas mucho más desagradables, como ser una soldadura en el radiador - si bien no nos explicábamos la causa, ya que golpe no había habido, y reventón por congelamiento del agua tampoco podía ser ya que, en este momento, tenemos protección hasta menos 22 grados centígrados.

Luego, quisimos comprar una llave especial para ir abriendo y cerrando el tapón de la caja de transferencia sin ir arruinándolo con la llave común cada vez que verificamos el nivel del aceite - siempre consecuencia de la criminal irresponsabilidad de Tapachula. Para la medida exacta de la llave, no hubo mejor idea que llevar el propio tapón, ya que, de todos modos, el orificio de la caja se encuentra por encima del nivel máximo del aceite. Pero, explique quién pueda, nosotros explicar no podemos, al regresar con la perfecta herramienta apetecida ... un charco de aceite se expandía debajo del vehículo. Cómo ese aceite, que no había salido al abrirse el tapón, pudo gotear luego por un orificio a mayor altura que su propio nivel, quedará un misterio para siempre. Y quedará un recuerdo para siempre el purgatorio de ir rellenando el aceite (felizmente, lo teníamos, y tenemos, de repuesto) con jeringa, por el orificio no desde arriba sino por un costado, teniendo que ir verificando el nivel invisible del aceite con el dedo por el orificio, dedo cada vez más entumecido, y sintiendo el cuerpo, sin la ropa de invierno todavía en el altillo, cada vez más congelado debajo del vehículo, por la fuerte frigidez del viento.