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De vez en cuando, en momentos de aburrimiento cuando no había nuevos llegados a quienes extorsionar - con o sin pérdida de palabra - el policía tocaba su pito en el más aterrorizante trémolo, y tantos brazos cuantos coches, salvo los más recién llegados, se extendían, dedos para abajo, quedando al policía sólo pasar la palma para arriba y recoger la moneda de cada uno.

Como somos personas inquisitivas, decidimos investigar la cosa. Paramos una grúa de las que llevan coches mal estacionados, y luego un patrullero de policía, y luego otra grúa, y a cada uno preguntamos, sin especificar el caso concreto, qué diferencia hay entre una calle con dos carteles de prohibido estacionar, uno de cada lado, y una calle con sólo un cartel de sólo un lado. Respuesta idéntica de los tres: "con carteles a ambos lados, prohibido estacionar a ambos lados; con cartel en un solo lado, se puede estacionar del lado sin cartel". Así como nos parecía. Y así como nos parecía, el policía - un extorsionista. Solamente nos preguntamos, sin hallar explicación, por qué los lugareños no conocen mejor las circunstancias, por qué no conocen mejor sus derechos, por qué se dejan chupar la sangre por un atorrante.

Edición II.

Al día siguiente, estábamos todavía estacionados en la esquina del callejón (donde también habíamos pernoctado, y donde sabíamos patentemente que se podía estacionar - porque no había cartel prohibitivo en ninguno de los dos lados, y porque, para mayor seguridad, así lo habíamos confirmado específicamente de nuestros tres informantes de la víspera y de otro vehículo de policía más), cuando apareció un policía.

- No se puede estacionar.

Ni nos molestamos con sutilezas como ser la ausencia de rótulo, la tupida presencia de otros vehículos; lo ametrallamos de nuestras dos bocas a la vez con sus cuatro verdades. Y ahí, en aquel mismísimo sitio, nos quedamos varios días y noches más, y él ya no nos molestó.

Nos vuelve a la mente la costumbre chupasangre de Bolivia. Y como en Bolivia, nos preguntamos sin hallar respuesta por qué el público se deja sangrar así, por qué no se pone inflexible como nosotros. Claro que, primero , hay que ser intachable uno mismo.

Otra patraña policíaca.

Una buena mañana, a eso de las 8, donde estábamos estacionados y habíamos estado estacionados sin interrupción pues los cuatro días y noches anteriores, apareció una grúa y, con prepotencia, el individuo anunció que nos iba a remolcar porque ahí no se podía estacionar.

Entre nuestras varias defensas (antes de llegar a la acritud de una confrontación) elegimos el argumento más inmediato, obvio y atendible: >>>>>>>>