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viajando por el resto erosionado del fondo de un antiguo mar, en el cual núcleos que resistieron la erosión aparecen como islas. Esto, con toda seguridad, nos lo podría aclarar un geólogo, echando la apropiada cantidad de decenas de millones de años, quizás cien millones de años, en la balanza.

Mientras tanto, tenemos nuestro detector de radiaciones prendido permanentemente y, si bien todavía nunca llegó al primer nivel que sería alarmante, o sea diez veces el nivel ambiental de radiaciones naturales, sigue mostrando con mucha frecuencia el mismo nivel de días pasados, alrededor de cuatro o cinco veces el nivel de radiaciones normales a nivel del mar.

Lo que no entendemos es por qué, dada la aridez de esta región, y la inmensidad de las extensiones, todos los campos, si es que se puede llamarlos así, estén religiosamente e implacablemente alambrados con postes y alambres bien tupidos.

La tierra sigue siendo rojiza, cambiando entre oscura, y lívida, y violenta, pero siempre en el mismo tinte.

El panorama sigue siendo variado, presentando combinaciones siempre diferentes de las mesetas que nosotros no podemos dejar de ver como islas, o como orillas, de un agua desaparecida.

Nos estamos alejando de Acoma.

La composición geológica del terreno se volvió todavía más complicada; a más de todas las características ya descritas y que siguen vigentes, vemos ahora intrusiones de campos de lava bien negra. Nos paramos un ratito para observar la lava de cerquita y se trata de una composición muy porosa, más bien como escoria.

Mientras nos estamos acercando a nuestra próxima meta, ¿qué vimos en Acoma?

En Acoma, hay un pueblo paraborigen con un propósito, y hay una meseta con una historia, la llamada Mesa Embrujada.

El pueblo de Acoma es un conglomerado de casas de adobe en el - literalmente - alti-plano de una de las tantas mesetas de la región; hasta tiene su iglesia, de cuerpo paralelepipédico macizo y con dos torres al tono.

Su propósito es venderse a los turistas por medio de derechos de entrada, ni más ni menos que un museo se vende a sus visitantes por medio de entradas, salvo que este pueblo sería como un museo al aire libre, y vivo. La entrada se cobra a tantos dólares por cada persona, tantos dólares por cada máquina fotográfica - mucho más si es una cámara filmadora, y, naturalmente, a tantos dólares para la introducción y el estacionamiento de un vehículo. Lo más curioso de todo el pueblo es que los retretes están ubicados detrás de las casas para que, naturalmente, no se los vea desde las calles o la plaza; pero, cuando se observa el pueblo en su tope de mesa desde afuera, o sea desde lejos >>>>>>>>