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cinturón, una espada curva (se supone, con extrañeza, que de madera), una bolsita (se supone que para incenso), un pectoral en la tradicional estilización de una mariposa, un collar, orejeras, una vincha sujetadora de cabello terminada hacia arriba por una corona de plumas - ah, sí, y ahí, atrás, una monumental hebilla con cara humana, y rayos que no podrían ser otra cosa que serpientes, aparentemente más destinada a una función ritual que a ajustar el cinturón. Son estos cuatro guerreros no arte sino macro-artesanía. Tal vez eran diferentes cuando pintados, y provistos de ojos de obsidiana y dientes de nácar.

Parece que guerreros no fueron los únicos beneficiarios de tal macro-tratamiento. Se encontró fragmentos que sugieren la existencia de, por lo menos, dos otras estatuas similares, pero, por ciertos detalles decorativos, no guerreros sino sacerdotes.

También se encontró los restos de dos columnas que representaban serpientes de cascabel emplumadas y servían de soportes al dintel de la entrada al putativo templo de Quetzalcóatl, de la misma manera que ocurre en Chichén Itzá. Son artísticos pero, por la falta de sus cabezas y cascabeles, de manera delicada, y no poderosa como sus homólogos en Chichén Itzá.

Y se encontró una flagrante prueba, más inequívoca que cualquier otra cosa, de la relación entre Tula y Yucatán; dos de esas enigmáticas, inconfortablemente reclinadas y torcidas esculturas antropomorfas con el abdomen a manera de altar, chacmol, como las hay, escasamente, en Chichén Itzá y en la costa oriental - oriental - de Yucatán.

Y en la otra punta del abanico de tamaños, en lo pequeño, ¿dónde está la belleza - variada, refinada - de las caritas y figuritas teotihuácanas? Las pocas toltecas que vimos - no en el museo, en el museo, no hay - son toscas; sólo esquemáticamente humanas, vale decir sin el menor asomo de fisionomía.

Si los Aztecas no se hubiesen llevado gran cantidad de los revestimientos decorativos de Tula, como se cree que hicieron, es indudable que Tula, hoy, estaría más decorado, pero improbable que mejor decorado.

10► El misterio de Tula: Quetzalcóatl.

Ya hace mucho que apercibimos el vertiginoso vórtice de confusión que es Quetzalcóatl, y hace mucho que, por ello, lo estuvimos cuidadosamente evitando y postergando. Pero aquí, en Tula, el misterio se exacerba porque, en Tula, Quetzalcóatl deja de ser una divinidad (y multifuncional: del viento, del planeta Venus - en su fase matutina, no en su fase vespertina, es de notar - de la agricultura, de las artes y artesanías, de los mellizos, de los monstruos, etc.) sino que se cristaliza en un hombre, hombre tangible, rey y sacerdote benefactor de su pueblo, recordado por las tradiciones con aura divina.