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\GT/  Ciudad Guatemala.  Sí, visita tantos años interrumpida.   
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De entrada, la casualidad nos llevó a comprobar que el aeropuerto, totalmente incrustado en un costado de la ciudad, nos será un dormitorio cercano y cómodo. En una ciudad grande, el dormitorio es el mayor problema, especialmente para varias noches, cuando el problema de seguridad es proporcionalmente mucho mayor que para una sola noche; y solucionarlo es el mayor alivio.

De ahora en más, todo será el placer de descubrir.

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Dieciséis días más tarde.

Complementando nuestro conocimiento de Ciudad Guatemala.

CG En primer término, y con afilada curiosidad, regresamos al Museo Nacional de Arqueología, aquel museo que nos había disuadido - por la indigencia de su atrio y por la desilusión de las réplicas apostadas a su entrada, de originales que habíamos admirado sólo días antes - de desperdiciar nuestro medido tiempo de entonces con su visita.

Las réplicas siguen tan insatisfactorias (a esta altura, por lo menos sabemos que ninguna réplica es satisfactoria) y el atrio sigue tan indigente, pero ahora, con tiempo suficiente para arriesgarlo con resultados de dudosos para abajo, nos aventuramos.

Desde el atrio mismo, vislumbramos, por un oscuro pasadizo en el cual nos tocaría meternos, en su salida de la otra punta, una visión que nada hizo para mitigar nuestros recelos: una maqueta de la Puerta del Sol de Tiahuanaco y de una llama, en tal desproporción mutuamente que si se tomaba la Puerta como referencia, la llama parecía como tres elefantes, o si se tomaba la llama como referencia, la Puerta parecía de enanos. Además, como eventualmente manifestáramos a la Directora del Museo, aun en proporciones respectivas correctas, una llama no sirve el propósito de sugerir los tamaños porque la mayoría de la gente no tiene noción de cómo es una llama; mucho más significativo para todo el mundo sin excepción sería utilizar un patrón comparativo humano, muy obviamente un, o una, pintoresco, o pintoresca, Aimará o Quechua - o ambos.

De todos modos, esta absurdidad iba a resultar la última vicisitud, como para separar los verdaderos fieles de los infieles: luego, descubrimos que, detrás de tan imprometedor acceso, hay un museo - un museo, si bien estructurado y rotulado de manera enojosa - de suficiente interés en partes, como para merecer una mejor primera impresión de sí mismo.