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sólo dos o tres minutos y se desencadenan con la velocidad y la furia de los vientos que las traen, con las palmeras retorciéndose en el mejor estilo espectacular cinematográfico.

A la salida levante de San Salvador - por donde anduvimos buscando, y finalmente encontramos, la Aduana - el lago de cráter volcánico Ilopango tiene sus historias que no sabemos si son cuentos o realidades.

O Se dice que dicho lago tiene fuertes mareas que no tienen relación con la Luna sino que son de origen volcánico; y se dice que bañistas sienten claramente una fuerza que los arrastra hacia el centro del lago.

O Por otra parte, el nivel de las aguas está sujeto a grandes cambios geológicos: en 1880, el nivel bajó dramáticamente, al mismo tiempo que surgía una isla; pero, eventualmente, el desaguadero se tapó y las aguas subieron considerablemente.

O Se dice que, en sus aguas, los paraborígenes solían ahogar cuatro vírgenes cada año, para propiciar los dioses de las cosechas.

Fue un descubrimiento ir descubriendo la verdadera programación de la emisora clásica sansalvadoreña, con la cual nuestro primer contacto había sido, ya desde Honduras, en las altas cimas de las Variaciones Goldberg. Indudablemente, su meollo es música clásica, de la más indiscutible alcurnia; pero, tan indudablemente, tiene un tremendo porcentaje - en contraste con el porcentaje cercano a cero en cualquier otra emisora clásica que jamás sintonizamos - de valses vieneses; de joyitas clásicas como sus compositores nunca las compusieron, arruinadas al gusto vulgar; polkas; encadenamientos de pintorescos - y, se entiende, cortos - extractos de obras mayores; música de salón de fines del siglo XIX; marchas; todo, salpicado con un poco de jazz y de cierto folklorismo.

Mucho de lo cual (en realidad todo salvo las vulgarizaciones) conforma, de hecho, un verdadero alegre museo histórico de notable interés que disfrutamos con mucho deleite como tal; si bien nos imaginamos que su propósito no es tal sino levantar el nivel musical del pueblo, poniéndose, en parte, a su alcance y presentándole los escalones progresivos para elevarse. Ah, pero veamos; en realidad, es una escalera de doble sentido, por la cual los altaneros clasicistas también tienen la oportunidad de descubrir la sana liviandad de una música que ellos, en su estrechez de preceptos, llaman musiquita.

Además, esta emisora tiene dos rasgos escandalosamente inhabituales, acaso únicos: nunca da la hora, y nunca, las noticias - la manera perfecta de sumirse en otro mundo y olvidarse de este mundo.

En total, la emisora de material musical más ecléctico que jamás sintonizamos. Un pasito más cerca, sin embargo muy lejos, del concepto de una emisora ideal que nos hacemos.