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Pasados, los extensos arrabales del oriente de San Salvador; pasado, el aeropuerto internacional de Ilopango, ahora en manos de los militares, y fortificado como tal; pasados, los primeros campos abiertos. Y sí, ahí - estaba la Dirección de Aduanas. La locura no estaba en la cabeza del chofer de taxi sino en otra parte.

Al grano fuimos.

"¿Qué validez tiene este documento?" preguntamos a un empleado exhibiéndole el permiso. "Treinta días" dijo, después de recorrer el papel. Le explicamos por qué nosotros creíamos que eran quince días solamente. Se quedó pensativo y nos mandó a su superior. "Treinta días", nos dijo éste. Le explicamos lo nuestro. Se quedó en la duda. Nos mandó a su superior. "Treinta días", nos dijo éste. Le explicamos nuestro razonamiento. Se quedó en la duda. Llegamos al propio Señor Director de Aduana. "Treinta días", dijo él. Y, a pesar y en contra de nuestro razonamiento diferente, insistió enfáticamente, tranquilizándonos paternalmente, "treinta días". Muy bien, mejor para nosotros, nos ahorramos horas de trámites. Además, convicción colectiva equivale a realidad, no cierto.  Pero veamos.

En un lugar del documento, reza: "Plazo concedido a partir de esta fecha para consumar la operación: treinta días"; y en otro lugar del mismo documento, reza: "Los vehículos con matrícula extranjera sólo podrán permanecer durante quince días contados desde la fecha de su ingreso". ¿Entonces? Nuestra interpretación, a no ser que se trate de una pura contradicción, es que uno tiene treinta días para ingresar al país desde el otorgamiento del permiso, y luego tiene quince días de circulación antes de tener que pedir prórroga.

Por lo menos, cualquier inconveniente que surgiere en la aduana de salida tendría, ahora, sus repercusiones hasta la propia oficina del Señor Director de Aduanas.

También pasamos mucho tiempo con tareas varias.  ¿Otra vez?  Pues sí.

→ Resurgió un problema del cual nos habíamos olvidado: la pérdida del líquido de la dirección hidráulica, que había parecido haberse sellado. Incluso, durante un momento efímero, la dirección se puso dura y no quiso virar todo su ángulo habitual, a pesar de tener, en el momento, amplio fluido. Si bien de inmediato volvió a funcionar correctamente, nos pareció una advertencia.

Entonces, la habitual búsqueda de un taller decente en una ciudad desconocida: esta vez, la búsqueda fue corta, y el taller notable. Un taller con unos 70/80 vehículos en servicio todos al mismo tiempo, en esta ciudad más provincial que capitalina (hay que notar también, sin embargo, la gran cantidad de estaciones de nafta, incongrua para este tipo de ciudad); un taller limpio, silencioso, aparentemente eficiente; con música de fondo de tipo semiligero, tal vez con >>>>>>>>