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»» Bien se puede refrescar la oportunamente ya mencionada curiosidad de que, apenas separados los vecinos, ya en 1842 empezaron a asomarse anhelos de re-unificación, tentativas de uniones varias parciales, llegando, en 1960, a un Mercado Común de Centro América.

Y ahora, el arte burrocrático de perder un tiempo indefinible de antemano para juzgar la propiedad, rentabilidad, cordura, de invertir tiempo en un propósito no necesario, propósito sólo de conveniencia, pero tiempo que resultó ser - estirándose hora por imprevisible hora - dos días llenos de enojos y amarguras; todo, para evitar que tal vez - tal vez - nos resultare corto, por un día, el breve permiso de permanencia otorgado en la frontera a las personas - plazo mucho más corto que los habituales tres meses en otros países - sólo quince días; siendo el plazo para el vehículo un capítulo aparte: para el vehículo, dieron (según ellos dicen y creen, pero nosotros no creemos que sea así) un mes; además, qué importa la falta de lógica, la incongruencia, de los quince días para las personas y treinta días para el vehículo.

Pues, para las personas, fue necesario - para una simple prórroga - huellas digitales, dos fotografías, pasar por cuatro mostradores, y horas de espera; bastante tiempo para hacer observaciones nada halagadoras.

Por ejemplo, el estado descuidado, sucio por dentro, del edificio del Ministerio del Interior a sólo pocos años de construido, y construido obviamente con intenciones de gran arquitectura. Por ejemplo, la incongruidad de rótulos hechos a lo casero en papel de embalar o en madera terciada, en un edificio ministerial, por fuera con tantas pretenciones. Por ejemplo, la falta de espacio para la presencia física del público a atender, ello, en un edificio, no adaptado de otras épocas a las muchedumbres de hoy, sino construido ahora para las necesidades de ahora.

En cuanto al vehículo, para una prórroga que, según el oficial de la frontera, no tendríamos que necesitar, pero que, según nosotros, necesitamos, la lucha empezó con encontrar la Dirección de Aduanas.

Nadie, en todo San Salvador sabía dónde está la Dirección de Aduanas, nadie, ni siquiera en el propio Ministerio del Interior. En el Ministerio del Interior, que era el lugar obvio para preguntar, nos mandaron a un sitio donde la aduana había estado pero donde - desde dos largos años atrás - ya no estaba. Volvimos al Ministerio. Alguien nos mandó a otro lado; resultó ser la oficina municipal de tránsito. Y así, de enojo en amargura. Una vez, un chofer de taxi nos habló de un lugar a 15 ó 20 kilómetros de la ciudad; ¡tenía que estar loco el tipo, una prórroga de aduana para extranjeros a 15 ó 20 kilómetros de la ciudad!

Pero, poco a poco, los indicios se fueron acumulando que ésa era la única posibilidad a intentar; otra posibilidad no aparecía por ningún lado; fuimos.