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Por otra parte más, los mosquitos de Cancún se merecen un parrafito aparte. Son mosquitos de alta tecnología. Son mosquitos microminiaturizados, reducidos a un tamaño que bien parece inofensivo. Tienen un sistema de propulsión tan adelantado que apenas si se oye. Pero tienen un armamento, de guerra química en contra de todas las convenciones, fuera de toda proporción con su inconsecuente apariencia; incluso, sus armas parecen provistas de un anestético
previo, de manera que uno se da cuenta de que fue atacado cuando el atacante ya está lejos.

Mañana, sí, viajaremos.

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Esta madrugada, hacia Tulum, otro sitio arqueológico.

Terreno chato, ruta chata.

Cabeza sin nada que rumiar; la mejor oportunidad para surgimiento de ideas; y la idea surgió.

Quizás porque estamos viajando ahora por la costa levante, después de haber viajado por la costa poniente, del promontorio de Yucatán; quizás porque justamente a lo largo de este trecho de costa navegó la expedición de Juan de Grijalva de 1518, la idea de que los únicos que tuvieron alguna vez una disculpa para considerar Yucatán una casi-isla fueron los primeros Españoles - por el lastre psicológico de su creencia original de que Yucatán era una isla integral según la impresión equivocada de Grijalva. El error de isla se perpetuó, aun en mapas, hasta 1603; el error de península se perpetúa, aun en mapas, hasta hoy mismo; pero nosotros, ahora, no viajamos por una isla - ni siquiera una casi-isla.

Además, como última palabra al respecto, ¿por qué insistir en la petrificación mental de querer a todas costas pegar al topónimo Yucatán, como si fuese parte indivisa del topónimo, la descripción geográfica - por qué no decir, simple- y elegantemente, Yucatán, sin más. Y para evitar confusión con el estado homónimo, que él se especifique siempre "estado" ya que de él se habla universalmente mucho menos?

Y otra idea; ésta, realmente salida de la nada, quién sabe por qué ahora y aquí.

En Bolivia, cuando sorprendimos varias veces a algún individuo tendido debajo de nuestro vehículo, y, las dos últimas veces, lo agarramos físicamente (todavía tenemos el llavero de uno y los billetes de banco del otro, de recuerdo), no nos podíamos imaginar una razón racional - ni siquiera la de robo era satisfactoria - por qué se metían ahí abajo; ahora, como por una conexión cerebral que no tenía por qué ocurrir aquí y ahora, tuvimos, sin >>>>>>>>