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esas famosas casetas internacionales, si bien son obligatorias para llamadas internacionales, no son especializadas en llamadas internacionales, son oficinas básicamente para llamadas locales que también atienden llamadas internacionales.

Decidimos buscar otra.

Encontramos.  Mismo desastre.

Decidimos buscar otra.

Encontramos. Mismo desastre. (Incidentalmente, en una hora, logramos así encontrar tres casetas, cuando el ingeniero de informaciones turísticas no había sido capaz de darnos una sola.)

Tuvimos que confrontar la inevitabilidad de pasar por uno de esos desastres. Pedimos la llamada.

Ahora, cuatro horas y media más tarde, salimos de la oficina, vencidos: en cuatro horas y media, no se pudo establecer la comunicación; en cuatro horas y media, la oficina internacional de Ciudad México, el embudo obligatorio desde todos los rincones de todos los Estados Unidos Mexicanos ni siquiera contestó, no una sola vez. No es, que había desperfecto de línea, que se cortaba la comunicación, no; simplemente no contestó. Incredulidad y paciencia, esperando que, mañana, será diferente; y tiene que ser diferente; esa llamada, tenemos que lograrla.

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Hoy, logramos la llamada; en sólo veinte minutos; ello, sin contar, naturalmente, el substancial tiempo de ir a la oficina y volver. Y escuchamos dulces noticias. Nuestro corresponsal tiene la renovación de patente en mano; además, le informaron que podremos ir renovando cuantas veces queramos.

Ahora, sólo esperar que llegue la patente a manos nuestras por mensajería particular, lo que tomará cuatro días - que no se entiende por qué tiene que tomar tanto, de Nueva York a Cancún; debe de haber otra burrocracia de por medio. Pero quién se va a fijar en unos días más, o menos; nos sentimos otra vez indiscutidos miembros de la sociedad legal y no forajidos al margen de la ley sin culpa nuestra, por dos centímetros cuadrados de plástico.

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Días van pasando. Mañana, tendríamos que recibir el sobre. Mientras tanto, unas observaciones.