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Hoy, 9 horas entre las ruinas.  Mañana, las notas.

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Hoy, 7 horas entre las ruinas.  Mañana, las notas.

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Hoy, 3 horas entre las ruinas; y trabajos varios.  Mañana, las notas.

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Hoy, las notas.

Chichén Itzá, en pocas palabras, no es una cúspide maya; ni siquiera es maya como lo propaga, comercializa, la maquinaria publicitaria con el respaldo de los eruditos. Hubo un tiempo cuando era íntegramente maya; pero, entonces, no se llamaba, y no podía haberse llamado Chichén Itzá; y hoy, solamente en algunas partes, es maya, por colmo, segregadas lejos del foco de atención central. Lo que las hordas de turistas más miran bajo el tutelaje de sus guías no es maya sino tolteca - no solamente porque, en Chichén Itzá, simplemente hay más de lo tolteca que de lo maya, sino por otras razones más elementales, ignotas de sus propias consciencias, como se verá más tarde.

Chichén Itzá, lejos de ser una gloriosa cúspide maya nítidamente expuesta para fácil entendimiento, es una doble mezcolanza; una mezcolanza de elementos visuales heteróclitos, algunos de ellos no lejos de ser, individualmente, mediocres, y una mezcolanza de teorías - presentadas como eventos históricos - para explicar la primera mezcolanza. Pero, precisamente por el propio hecho de ser tal doble mezcolanza en vez de una cúspide monotemática, y por otras razones, Chichén Itzá es de mucho interés.

Demostración.

La primera madrugada, descubrimos que habíamos pasado la noche equidistantemente cerca de dos de los mayores y más famosos edificios del sitio, y casi al borde de uno de los cenotes de agua ex-potable de Chichén Itzá; y descubrimos, más interesantemente, un sendero por donde deslizarse al sitio a hora o deshora sin la preprogramación de las sendas y horas oficiales.