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No, no vamos; se hizo demasiado tarde: tanto hay para leer, correlacionar, pensar hacia el pasado, pensar hacia el futuro. Todo, apasionante, pero lleva tiempo, y con 41 grados a la sombra.  Mañana será, y muy tempranito.

Y para terminar, una pregunta para rumiar y guardar para re-rumiar aun en otros contextos. ¿Por qué dos o tres columnas con capiteles, cuando mayas, despiertan entusiasmo, y toda una columnata de columnas con capiteles, cuando en el mercado municipal de Muna, no despierta ninguna atención salvo esta pregunta?

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Cuatro días en Mérida.

Pensábamos que quizás encontraríamos, por la mitología en vigor, "una de las ciudades más interesantes de México, con reminiscencias moriscas, casas viejas pintadas color rosa, verde y azul claro", "una ciudad colonial sumida en el encanto de su pasado"; encontramos una ciudad sumida en la funcionalidad de su presente; tan sumida en funcionalidad que ni siquiera su plaza central ya ofrece la tradicional bienvenida al viajero exhausto. Y las distancias son inesperadamente interminables.

Para pernoctar, tuvimos la suerte de tropezar con el barrio residencial" (¿por qué será que la gente humilde "vive" y la gente pudiente "reside"?).

No pudimos no comparar, otra vez, estas casas de hormigón y bloques, sólidas, a prueba de fuego, en este rincón empobrecido de un país subdesarrollado, con las casas de naipes incendiables de la poderosa, rica, Vespuccia. Aquí también hay más de un coche por familia; casi siempre dos, a veces tres.

Siguiendo con la analogía, o falta de analogía, con Vespuccia, lo curioso es que, en los días que estamos, los vecinos o nos ignoraron o hablaron con nosotros, y nadie nos echó la policía encima a la vespucciana.

Hay una iglesia que tiene que ser uno de los aliados más eficaces del diablo. Cada mañana, desata, a cuadras a la redonda, una horrible cacofonía torcedora de nervios, ofensora de buen gusto, de campanas electrónicas, cacofonía que empieza y termina tan de repente, sin ninguna lógica acústica, que no podían ser campanas, aunque sólo electrónicas, verdaderas; tenía que ser una grabación, largada y parada sin ningún criterio. Averiguamos: sí, una grabación.  Las Campanas del Infierno.

Se suscita la pregunta: ¿qué relación hay, si la hay, o tendría que haber, entre religión y estética? Durante misa, en esta iglesia, hay música - música enlatada, con toda la densidad decibélica de dos vociferantes tan grandes que >>>>>>>>