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textura del sonido y por el misterio de su origen: un sonido profundo, y evidentemente sincronizado entre las muchas voces, en sus crecidas, decrecidas, silencios y re-iniciaciones.
……Eventualmente, la cosa creció más aún; evidentemente mucho más cercana, volviéndose amenazante.
……Luego, empezó a distinguirse asertivos rugidos individuales sobre el fondo de rugido multitudinario.
……La fascinación cedió paso a la preocupación; preocupación nuestra, pero no del lugareño que, en ese momento, acaeció por el lugar y dijo "changos, saraguatos - monos; una manada de monos".

Sumamente interesante, ese coro simiesco, esa manifestación comunitaria de algo que no entendemos.

\|/ Aceptando tal compañía en vez de los turistas, es dable entregarse a dos temas cautivantes.

→→Un tema es, no sabiendo qué hay dónde, tratar de descubrir, por entre la tupida maraña vegetal, qué hay dónde, en qué estado de desmoronamiento.

→→Otro tema es tratar de compartir en imaginación el ambiente de sigilo, de misterio, con los primeros descubridores quienes también lo vieron así.

Parece que el primer Europeo en extrañarse ante este ambiente de ruinas abrazadas por la selva fue un obispo Nuñes de la Vega, en 1691 - notablemente, recién 172 años después de los crímenes de Cortés; pero no dejó relato; por lo tanto, como si nada hubiese acontecido.

El primero que vio lo que vimos y dejó un relato, por ende, el primero que vale, fue el canónigo Ramón Ordóñez, otro notablemente largo tiempo más tarde, en 1773. Además, no vio Palenque por industrioso descubrimiento propio sino por haber escuchado rumores de su existencia y haberse dejado guiar - muy a la manera del "descubrimiento" de Machu Pijrchu, en 1911, por Hiram Bingham, cuyo mayor esfuerzo fue descubrir algún lugareño que conociera Machu Pijrchu y le guiara - que resultó ser un niño, según creemos haber anotado en el Perú.

Los subsiguientes pasos en la historia de Palenque son tan curiosos como es curioso cuantos siglos-después-de-Cortés se tardó en enterarse de su existencia.
Por consecuencia del relato de Ordóñez, alguna autoridad ordenó un reconocimiento oficial de las ruinas; y confió esta empresa arqueológica a ... un capitán de artillería.
Felizmente, el capitán de artillería tuvo la cordura de rodearse de idóneos asistentes, de manera que su subsiguiente informe afortunadamente incluyó dibujos de los edificios y moldes de los relieves.