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Esta mañana, decidimos no viajar. Tenemos, cuándo no, trabajos varios, incluyendo tratar de arreglar el calentador a petróleo - México es el único país de América donde querosén se llama petróleo.

Además, este pueblo de El Zapotal también es fuente de observaciones y reflexiones.

Cuando se ve estas calles, sin aceras y sin calzadas, sin tráfico, sin contaminación, sin problemas de estacionamiento, sin semáforos, sin policías, se hace obvio lo salvaje, lo bárbaro, de lo habitual opuesto. Con la agravante de que son las propias víctimas, los vecinos, que tienen que pagar de su propio bolsillo el costo de los semáforos, etc., incluso el sueldo de los policías para hacerse dar, por ellos, multas, en vez de utilizar su escaso dinero en la compra de más o mejores ropas, o comida.

Aquí, es el perfecto lugar para darse cuenta de la monstruosidad, de la aberración, del crimen contra la humanidad, de tomar toda esta gente, que aquí está caminando por entre chanchos, gallinas, gansos, en plena y legítima posesión de espacio, luz, aire, y arrearla, toda esta gente, de un sitio a otro, bestialmente comprimida, por un angosto, negro, ruidoso, corredor subterráneo. Si estos parroquianos fuesen obligados a ello de un día para el otro, seguramente se rebelarían.

Lo malo de las ciudades grandes es que evolucionan tan lenta- y solapadamente que sus habitantes, las futuras víctimas, no se dan cuenta hasta después de que sea demasiado tarde. Y los villacolas que se urbanizan no saben qué les espera.

En la esquina donde estamos estacionados, más o menos a un costado de la vía de paso, en el pasto, ya que no hay calzada ni vereda, llegamos a conocer prácticamente a todos los vecinos del pueblo; es que, en esta esquina, se encuentra el lugar aparentemente más importante y concurrido del pueblo, un molino público de maíz, al cual confluyen, especialmente de madrugada, pero también en cualquier momento del día, cohortes de vecinos, desde los tres años de edad en adelante, acarreando, a la ida, un baldecito de granos de maíz, y, a la vuelta, el mismo baldecito con el mismo maíz reducido a una pasta granulosa para las inevitables tortillas de cada día.

Y otra necesidad culinaria - acaso gastronómica - va siendo mimada en una olla detrás de nosotros - en una gran olla tipo olla de bruja, en plena vía pública: chicharrones y más chicharrones.

Mañana, estaremos viajando.