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No es fácil encontrar el nicho en la pared porque tiene una placa muy sencilla, visible sólo desde el altar, mientras que hay otros nichos mortuarios, elaboradamente decorados, que llaman inevitablemente la atención primero.

Mientras estábamos, una conmoción nos sacudió y, sin duda, hizo tintinear los huesos de Cortés: un cura se había deslizado en la penumbra detrás del altar y empezaba a hablar en el micrófono. Nos fugamos. Realmente, un sabotaje por el propio demonio en la Casa de Dios.

Aquí fue pues que - algo de tres meses (83 arduos desalmados días) después de su partida de la costa - Cortés llegó a Tenochtitlán; aquí fue que Motecuhzoma II lo enfrentó y, siempre con recelos, lo aceptó como huésped.

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Con el correr de los días, mientras Cortés se esmeraba en desempeñar y explotar muy en serio su papel de Quetzalcóatl, Motecuhzoma II llegó a declarar: "Yo sé que vuestro soberano es el señor legítimo de este imperio, yo solamente gobierno en su nombre" y distribuyó más regalos. ¿Capitulación - cortesía - estratagema?

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Así terminó el trayecto geográfico de Hernán Cortés desde su anclamiento en San Juan de Ulúa, o la Gallega, hasta su llegada a la capital azteca y su enfrentamiento con Motecuhzoma II, pero no con ello terminó su despiadada saña criminal contra la nación azteca.

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Aprovechando la noticia de una altercación en la costa entre Aztecas y Españoles, con la muerte de nueve de éstos, Cortés se propone convencer ... y logra convencer (¡increíble!) a Moctezuma II, cada vez más hundido, en la fatalidad de su destino frente a Quetzalcóatl y en la melancolía que es parte de su personalidad, que se entregue voluntariamente como rehén, rehén dorado, pero rehén.

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Cortés empieza a administrar su tipo de justicia - y nadie se opone: hace quemar vivos los diecisiete Aztecas envueltos en el altercado y, mientras los reduce a cenizas, le pone hierros en los tobillos al propio Moctezuma; y después del asesinato de los diecisiete, le saca los hierros, lo abraza y le dice que lo quiere como a un hermano y que está a su servicio.

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Pero de Motecuhzoma II no queda ya nada sino el cuerpo; su espíritu se fue; y ya no le importa nada; y todo, por lo de Quetzalcóatl.

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Cortés manda llamar a los vasallos de Moctezuma; les hace jurar sumisión al "gran rey allende el mar" y les ordena pagar, de ahora en adelante, a éste, por intermedio de él, Cortés, el tributo que solían pagar a Moctezuma. Y así se hace. Hasta el enorme tesoro del padre de Moctezuma cae en manos de los bandoleros.