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Resulta que la nación tlaxcalteca era, en realidad, unos Estados Unidos a la manera de los Iroqueses, soberanos en sus asuntos internos, mancomunados en los asuntos externos, con las capitales Ocotelolco, Quiahuiztlán (homónimo de, pero sin relación con, el Quiahuiztlán cerca de Villa Rica de la Vera Cruz y Vera Astucia), Tepecticpec, y este Tizatlán.

Aquí, en Tizatlán, gran cosa física no queda: cortos trechos de fundaciones de gruesos muros perimetrales; posiblemente otros restos, no excavados; pero más particularmente, un núcleo ceremonial; mejor dicho sacrificial, porque incluye dos mesadas de mampostería que se dice que eran altares donde se extendía las víctimas humanas a sacrificar, una mesada para doncellas, una, para guerreros; entre las cabeceras de las dos mesadas, hay un cubo de mampostería que se dice que era el asiento de un dignatario durante los sacrificios; los sócalos de ambas mesadas (realmente, la denominación de altar nos parece por demás pomposa para lo que hay) estaban decorados todo alrededor por, y todavía tienen restos de, pinturas - sin gran significado artístico; (en verdad no entendemos - y la observación es retroactiva a los altares sacrificiales de Tamuin - por qué se decoraría laboriosamente con frágiles pinturas algo destinado, por su misma razón de existir, a ser salpicado, inundado de sangre).

Aquí mismo, en Tizatlán, pues, fue que Cortés logró pactar su soñada alianza con los Tlaxcaltecas contra Motecuhzoma; una alianza mucho más fundamental que aquella con los Totonacas; en pura verdad, vital.

Puede parecer curioso que tres testarudas semanas de confrontaciones en Tzompantepec, con pérdidas y seguramente rabia en ambos bandos, hayan terminado tan suavememte en alianza. Aquí interviene una versión - otro caso con más de una versión - según la cual la confrontación en la loma no fue entre Españoles y Tlaxcaltecas propios sino entre Españoles y mercenarios muy astutamente utilizados por los Tlaxcaltecas como conejos de India para evaluar la incógnita de los forasteros, de manera que cuando los Tlaxcaltecas, después de ver la eficacia de los Españoles, decidieron no oponérseles personalmente sino aliarse con ellos, la alianza fue, con toda sonrisa, entre dos bandos que, oficialmente, no se habían peleado anteriormente.

Eventualmente, en años posteriores, los Españoles no pudieron con su genio y tuvieron que infligir a Tizatlán, como lo hicieron en miles de otros sitios, una capilla y un santo.

La capilla es muy original: consta de un gran altar mayor como para una gran iglesia, pero sin la gran iglesia; sin paredes, salvo detrás y por los costados del altar, y sólo con las dos primeras columnas para sostener un techo.