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Qué silenciosamente se desliza nuestro vehículo, un milagro después del castigo que acaba de recibir en ese camino que, a veces, más se parecía a un lecho de arroyo que a un camino.

Pasamos del estado de Veracruz al estado de Puebla.

A nuestra izquierda, en la lontananza, el pico de Citlaltépetl, también conocido como de Orizaba, de algo más de 5.700 metros, parte de la cresta de la Sierra Madre Oriental.

La topografía se ha vuelto chata como agua, un verdadero mini-altiplano; y debe de ser, esto, el fondo de algún antiguo cuerpo de agua. Viendo eso, nos preguntamos por qué Cortés no hubiese pasado por éste, el terreno más fácil y directo.

En el pueblo de El Carmen de Tequixquitla, divisamos una iglesia de corte muy extraño; nos desviamos para verla de cerca.

Es inhabitual. Los capíteles de sus columnas tienen decoraciones que se podría describir como hojas de ananás. Sus dos torres son totalmente disímiles; la más corta termina en pirámide (pirámide de verdad, en este país de pirámides que no son pirámides sino zigurates); la más alta termina en domo posado encima de tres pisos de columnatas, estructura de por sí nada original pero, en este caso, de una liviandad realmente notable. Y ambas torres, así como la fachada, tienen decoraciones que no sabríamos describir pero que deben de ser estilizaciones de plantas.


Iglesia de Tequixquitla

Muy lastimosamente, este muy original conjunto está ahogado en una maraña, de cables eléctricos para los imperativos religiosos modernos, como ser focos y altoparlantes en la fachada; y de piolas varias acumuladas de fiestas en fiestas, y nunca quitadas. No se entiende que tanta gente (el cura, los electricistas, el ayuntamiento, los vecinos) sea tan falta de estética, percepción, respeto.

El interior de la iglesia también tiene su personalidad; es muy alto y largo, por su angostura; no tiene bancos sino sillas individuales, de muy alto respaldo; una estatua es de un ángel (sin olvidar las alas) arando.

Venir a ver esta iglesia, con toda seguridad nos ahorró un accidente grave. Cuando se detuvo el coche al costado de la iglesia, fue con las ruedas muy dobladas hacia un costado, por lo tanto muy visibles, por casualidad - no a propósito. Por casualidad, no a propósito, pasamos la vista por las ruedas, y en la parte menos visible cuando las ruedas están alineadas al frente, o sea en la banda de rodaje, descubrimos que una de las ruedas tiene un profundo tajo, que todavía no deja escapar el aire pero que ya pasa el armazón de tela de acero. Habrá que cambiar la rueda y, por lo tanto, cambiar la otra. Así llegó el fin de las famosas cubiertas con las cuales no nos animamos a cruzar la Amazonia, 1.350 kilómetros después de haberlas colocado nuevamente. El tremendo camino de pedregal debe de haber apurado su fin.