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Esta mañana, descubrimos que el cementerio de Quiahuiztlán tiene aún otros guardianes celosos: plantas venenosas; nos lo dice la tupida urticaria de centenares de ronchas que cubre nuestros brazos y empieza a quemar.

Otras fundaciones no encontramos; pero debe de haberlas; se ve piedras aflorando en líneas rectas; además, donde había espadas, no podía no haber una cruz; tiene que haber una fundación de capilla por aquí.

Aquí fue, pues, que Cortés fundó su asentamiento de Villa Rica de la Vera Cruz. Pero no lo fundó como acto de administración, acaso como base de operaciones para el futuro, sino como maniobra burocrática, como ficción legal, para evadir la ley; lo fundó para cambiar su propia posición legal; para escapar de su subordinación a su superior directo, el gobernador de la isla Fernandina, como en aquel entonces se llamaba Cuba; para escapar a las órdenes del gobernador (órdenes que limitaban a Cortés a sólo hacer reconocimientos; y le prohibían conquistar tierras - por lo tanto incluso las tierras aztecas; y le prohibían aun la fundación de asentamientos - incluyendo por lo tanto este asentamiento); lo fundó para imponerse, por este ardid formalista, como cabeza de un asentamiento civil debidamente organizado, pasando así a depender directamente del rey, consecuentemente con muy mayor latitud, incluso la de avasallar nuevos territorios y pueblos.

La misma necesidad de un vínculo directo con el rey, para mayor independencia burocrática, iniciativa y eficacia, que sentiría más tarde Pizarro, cuando le valió la pena regresar de Panamá a España - lo que en aquel entonces era toda una expedición - para establecer tal dependencia directa, antes de su tercer y final emprendimiento contra el Tahuantinsuyo - pero satisfecha por Cortés literalmente en un santiamén, mientras que a Pizarro le tardó dos años; con toda la diferencia, empero, entre esto, lo ilegal y riesgoso, y aquello, lo legal y afianzado.

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Por sus novedades, Cortés tuvo que aplacar brotes de rebelión contra el inesperado cariz de la expedición. Fácil. Mandó ahorcar dos de sus compinches y flagelar a otros; y ordenó hundir nueve de los diez barcos, como el más eficaz expediente contra defecciones.

¿Y el décimo barco? Para afianzar su situación ilegal con el rey, mandó el barco restante a su rey Carlos V, con su explicación de los acontecimientos y, sobre todo, con los tesoros recibidos de Motecuhzoma/Moctezuma; y también con el astuto nombre de este asentamiento de Villa Rica de la Vera Cruz: observar su servil y astuta diplomacia de enganchar a su rey con >>>>>>>>