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Y entonces pasó lo que nunca hasta ahora en esta Expedición: el motor no quiso prender; daba vueltas lo más bien, por lo tanto electricidad había, pero, prender, no y no; y nafta venía; sin duda el distribuidor - quizás el módulo electrónico o el capacitor.

Bueno, entre una cosa y otra, demasiado tarde ahora para seguir viaje. Por suerte o, pensándolo bien, mejor dicho por previsión, teníamos los repuestos; aquí, no se consiguen. No nos podemos quejar; cuántas veces arrancó este motor ya, a la perfección; y otra vez la suerte de haber enfrentado un problema sin desamparo, en la plaza central de un pueblo; peor hubiese sido en miles de otros lugares, y, pensándolo bien, la culpa es nuestra: teníamos que haber cambiado dichos componentes preventivamente, con tantos kilómetros ya encima.

Está anocheciendo, y se está repitiendo la increíble, ensordecedora, efervescencia aviar de la plaza de Tampico: en aquella plaza, y ésta, de Huejutla, miles, muchos miles, de pájaros viniendo de sus andanzas diurnas, concentrándose en los árboles de la plaza para la noche. Tantos hay, por aglomeraciones en las ramas, y por nubes en el aire, que las ramas no alcanzan; las nuevas oleadas tratando de posarse en las ramas sobrellenas, barren los pájaros ya instalados, y éstos, a su vez, teniendo que posarse en algún sitio, echan a otros congéneres, en un griterío sin par; pero, poco a poco, todos se ubicarán y habrá silencio.

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Esta mañana, inspeccionando el vehículo, detectamos una prueba tangible incontrovertible de la severidad de aquella huella épica: marcas de roce dejadas por las ruedas traseras en el costado (no el fondo) del interior de sus respectivos guardabarros; increíble, especialmente en vista de la distancia que tenemos entre las ruedas y la carrocería. El colmo es que esa huella por el fin del mundo figura en un mapa de cinco años atrás, o sea en plena vigencia para tales cosas, como ruta asfaltada.

Otra vez, todavía hacia Teayo.

Con las recientes sorpresas, el otro día pasamos sin prestarle atención del estado de San Luis Potosí al estado de Hidalgo; y, ahora, acabamos de pasar otra vez al estado de Veracruz.

Estábamos viajando, cuando, pasada la aldea de Tantoyuca, en un campo, nos llamó la atención la muy extraña vista de centenares de microtechos de dos aguas colocados en el suelo; averiguamos.  Aprendimos y vimos lo siguiente.

Un criadero de gallos de riña. Quinientos gallos de riña sobre tres hectáreas; magníficos colores, como los míticos gallos de los libros para colorear de los niños.