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para ampliar nuestros horizontes: una simple vela de medio huso, pero con rebanadas tangenciales cortadas en sus costados, como quien pela un pepino, pero no separadas totalmente, más bien enrolladas como pétalos de flor, y sobre todo, mostrando a lo largo del corte una estructura interna de superposición lamelar de espesores impalpables de parafina, cada uno, de otro color? - Sí ¿cómo se logra encimar estas películas inasibles en esos arcos iris de tanta precisión? Y parece, por colmo, que, en esta fábrica, nadie sabe - o no quiere hablar. Sin embargo, y felizmente, junto con el misterio, recibimos su posible clave: la ubicación de la fábrica de esta vela-reto, en Fredericksburg, al oeste de Austin.

Demasiado tarde, hoy, para tomar unas fotografías; Sol hay, pero ya está demasiado diluido para los bajorrelieves.

No hay problema en pernoctar en el estacionamiento.

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Hoy, segundo día de tiempo pésimo. Según vemos, y según reza la radio, lluvia, llovizna, niebla, viento. Pero no importa, nunca nos faltan trabajos de oficina. Esta noche pasada, la ambitura bajó a cero grado; quién se lo hubiese imaginado en estas latitudes; y, según la radio, el viento alcanzó 101 kilómetros por hora; nos hizo pensar en Terranova y en la Patagonia.

Vimos nuestra entrevista publicada por el diario de Houston en su edición dominical. Increíble que se pueda publicar semejante desastre en un gran diario de una gran ciudad.

El texto, lleno de incorrecciones, incluso de cosas que nunca dijimos, que la periodista agregó por cuenta propia según sus ideas estereotipadas y, por lo tanto, equivocadas, poniéndolas en nuestra boca; por añadidura, como supuestas citaciones de nuestras declaraciones, entre comillas - pero traducidas por la periodista, de nuestra manera racional de hablar, como se hablaría en cualquier idioma no-inglés, a la manera irracional del inglés y por lo tanto haciéndonos aparecer idiotas. Y la fotografía, una negación de fotografía, una fotografía garantida irreconocible: nuestras caras deformadas por un gran-angular; y del vehículo, nada. ¿Por qué habrá tomado como diez fotografías, esa fotógrafa, para salir con esta aberración fotográfica? Y, naturalmente, del mapa con nuestro itinerario - lo que más canta e ilustra - nada. Increíble.

Para no abusar de la amabilidad del dueño de la fábrica, nos mudamos de su estacionamiento a una calle del pueblo. Ah, pero, ¿para qué? A la hora de estar estacionados en una calle pública, en un lugar de estacionamiento legal, sentados en nuestro vehículo, ocupándonos de papelerío, zum, zum, nos cayó la policía encima, por una llamada anónima de algún vecino.