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restos de ramas apagadas aun antes de terminar de quemarse. Una desolación; el fin irremediable del fuego. Ah, pero, en el medio de la desilusión, vimos - ¿ilusión o realidad? - en la parte inferior de una de las ramas, o sea la parte no mojada por la lluvia, una chispa; una chispa de fuego - y de renovada esperanza. Ahora, ¿cómo resucitar el fuego con sólo esa chispa y hojas mojadas - lo único disponible, decenas de milenios atrás; sin fósforos, sin papel, sin anacronismos?

La chispa - ésta, en la cabeza - fue tratar de encontrar hojas muertas menos mojadas debajo de la capa superior de hojas en el suelo del bosque; las encontramos. Sabiamente desmenuzadas, las colocamos en presencia de la chispa - no en contacto con, para no apagarla. Diez minutos tardó el primer fantasma de humo en aparecer; media hora más tarde, el fuego estaba resucitado. Realmente, un milagro, una victoria a la antigua - y, ahora mismo, sigue el fuego en buena salud.

Ahora que, hacer fuego con leña de bosque no es sólo hacer fuego. También suscita una cuestión de compasión. Cada una de esas ramas, de esas cáscaras, de esos troncos, es una morada, un castillo supuestamente eterno e inexpugnable para toda clase de criaturas: lombrices, y docenas de insectos que no sabríamos nombrar, cuya asombrosa variedad, dentro de su húmedo, lúgubre, sin embargo íntimo, submundo, sólo podemos observar en ignorancia; criaturas que no piden otra cosa que vivir sus vidas. ¿Qué derecho hay en imponerles semejante cataclismo?

También, manteniendo ese fuego a veces con leña ahuecada y llena de tierra, presenciamos la reproducción de cómo probablemente nació accidentalmente la idea de cerámica y de ladrillos: entre las cenizas, encontramos las masas de tierra que habían estado contenidas en los huecos de la leña, transformadas en masas de terracota - mal quemada, con el centro todavía negro, y muy friable, pero terracota accidental sin duda.  Otro viaje a los albores de la humanidad.

También, manteniendo ese fuego, presenciamos con incredulidad - en retrospectiva, no entendemos por qué nos resultó tan increíble ya que fue solamente confirmación práctica de observaciones nuestras anteriores en Vespuccia - presenciamos una de las locuras de todos esos primorosos edificios - casitas, consultorios y demás - vespuccianos, levantados con tan milagrosa celeridad gracias a aquellos esqueletos de madera y a aquellos panales incendiarios como rellenos de los susodichos esqueletos de madera, y luego terminados por dentro, con la misma milagrosa celeridad, gracias a esos lujosos, pulcros, empanelados, listos de fábrica, en imitación de cualquier cosa, desde tela a caoba.

Quiso la casualidad que recortes de tales empanelados cayeran en nuestras manos.

La primera cosa que despertó, más bien reavivó, nuestra incredulidad fue la advertencia impresa al dorso de cada panel, de que, por los materiales >>>>>>>>