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♦ Hay, no sabemos si en todos los estados de Vespuccia, pero por lo menos en muchos, leyes de obligatoriedad de uso de cinturones de seguridad en automotores, un buen atropello, nos parece, a la supuesta libertad personal de cada individuo.

¿Qué derecho tiene un estado - que, por otra parte, es cínicamente cómplice en el tráfico de tabaco y alcohol, y por lo tanto en la socavación, incluso la destrucción, generalizada de la salud de toda la población sin distinción, aun de aquella parte que objeta y se resiste, aun de aquella inocente parte que no sabe, sólo para llenar sus arcas con los ingentes millones que le deviene su complicidad - qué derecho tiene a obligar la población a hacer algo que no es de orden público, que no es para proteger a terceros inocentes, que es sólo supuestamente para proteger, tal vez, cada individuo aun contra su propia voluntad.

Si la gente tiene la libertad, incluso la inevitabilidad, de arriesgar su salud y vida en varias maneras consentidas por el estado, tendría que tener la libertad de disponer de su salud y vida en el uso o no-uso opcional de cinturones de seguridad en automotores, porque su decisión no influye en terceros.

Además, pensamos que, cuando se maneja, hay que ponerse un cinturón de seguridad en los sesos e ipso facto se elimina la aleatoria necesidad del otro cinturón. Además, ver cómo el cinturón de seguridad de algunas personas cruza peligrosamente la yugular y, por poco, la tráquea, e imaginarse el posible daño causado en una abrupta sacudida hacia adelante, nos hace estremecernos.

Además, por lo menos en nuestro caso, y tiene que haber otra gente como nosotros, el cinturón de seguridad permanentemente abrochado nos soplaría permanentemente, nos histeriaría permanentemente: "Peligro, Gran Peligro, Peligro, Peligro bastante grande para justificar este cinturón, Peligro, Peligro Inminente, Peligro Ubicuo", suficientemente como para desplazar nuestra alerta, tranquila, confianza natural por histeria-paranoia, hasta caer, por obnubilación, en el accidente que tanto se teme.

Además, vimos casos como los siguientes. En un accidente en una calle donde el impacto no pudo haber sido enorme, el conductor quedó inconsciente; llevaba su cinturón de seguridad. Una vez, una persona nos pidió - por conducto de una tercera persona porque ella misma estaba inmobilizada - una llave para desenroscar una punta de su cinturón porque no podía abrir la hebilla y ahí estaba atrapada.

De manera que observamos con conmiseración los libres individualistas llevando su soga en la garganta, aun cuando evolucionan a 5 ó 2 kilómetros por hora en una playa de estacionamiento, y si, algún día, nos tocare pagar una multa, la pagaremos con mucho gusto como precio para guardar el uso de nuestro libre albedrío en un asunto que concierne sólo a nosotros.