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columna tan larga que no se veía sus primeros vehículos, todos en un carril de la carretera, dejando el carril de la izquierda totalmente desierto; y cada vez que otro vehículo viniendo desde atrás nos alcanzaba, se ponía en fila con la columna, nadie se adelantaba por el carril izquierdo, como si fuese algo prohibido o sagrado. Nosotros no entendimos el porqué pero, por instinto, hicimos como todos los demás.

Luego, mientras seguíamos en la cola de la corriente, notamos que no había tráfico en sentido contrario, que, en sentido contrario, los coches estaban todos parados a orilla de la carretera, y que, a medida que la cola de nuestra columna de vehículos llegaba a la altura de uno de aquellos vehículos parados en la orilla opuesta, ese vehículo salía a la calzada a seguir viaje.

Tratamos de adivinar qué pasaba. Quizás un entierro - pero, tanta disrupción de tráfico en nuestros tiempos tan prácticos y faltos de consideración nos pareció improbable por un entierro, a no ser que fuera de algún super-jerarca. Quizás viajaba adelante de nuestra columna y de nosotros algún gran cargamento ocupando todo el ancho de los carriles de la carretera.

Cuando pasamos por un pueblo, paramos y preguntamos: entierro. Así se rinde por aquí el último homenaje a un finado, aun totalmente desconocido; no por ley, sino por costumbre.  Nos parece muy bien.

Nos enteramos de que el sitio arqueológico adonde nos dirigimos se encuentra dentro de la ciudad misma. Por la hora, decidimos detenernos antes de la ciudad, con la esperanza de pasar una noche más agradable - si los Georgianos son menos histéricos que los Florideños.

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Esta noche por lo menos, estos Georgianos no fueron histéricos. Varios nos vieron donde estábamos, sin embargo fue noche tranquila; incluso con el cuadro, repetido desde el principio de los tiempos, pero siempre un poco misterioso, de nubes y de una Luna llena entretejiéndose en el cielo - en este caso, con el decorado adicional de los perfiles de pinos contra la claridad lunar.

Esta mañana, la primera prioridad, antes de cualquier otra cosa, fue algo ya impostergable: un cambio de aceite del motor. Desde que salimos de Miami, teníamos presente la necesidad de cambier el aceite, algo que tendría que tenernos sin cuidado en esta gran, multifacética, eficiente, bien equipada, Vespuccia; pero, en el primer lugar donde probamos, no tenían una fosa para cambio de aceite y engrase, sólo un elevador hidráulico, perfecto para la mayoría de los coches pero que no aguantaría nuestro peso; y en el segundo sitio, tampoco; y en el décimo sitio, tampoco.