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Una vez, cometimos la ilegalidad (sin soñar que era ilegal - más tarde lo aprendimos) de adentrarnos en la vegetación fuera de los senderos asfaltados; qué diferencia de sensación: la vegetación, la misma - pero una compenetración viva con ella en vez de la segregación emocional por la comodidad asfáltica.

Sí, hay posibilidades, en este Parque, de excursiones a lugares más apartados, a pie o en canoa, pero es necesario un permiso, y los permisos se los otorga con cuentagotas "para preservar cierto nivel de solitud".

Si todo esto fuese un parque central de una ciudad, para paseo de la familia, sería lindo - en ciertos casos, notable; y, en esencia, es lo que es ahora, con tanta gente tan endomingada paseando por senderos tan cuidaditos - y gente, no infrecuentemente, según nos dijo un guardaparque, en pánico por la mera presencia de un mosquito; y eso, agregamos nosotros, que no hay malaria aquí - pero glorificar eso como una magnificencia internacional ...

Teníamos miedo de que quizás, por haber visto ya tantas cosas, nos habíamos vuelto mimados y rezongones. Para elucidar la situación, comentamos nuestras impresiones con quienes tendrían que ser, por definición, los más fervientes defensores del honor del Parque, sus guardaparques; nos dieron la razón - un aumento catastrófico de gente, una diminución catastrófica de animales.

Nos alegramos de que no perdimos nuestra equanimidad. Podemos soñar con el Pantanal allá, entre Brasil, Bolivia y Paraguay, sin sentirnos culpables. Y eso, que el Pantanal tampoco había correspondido, en su oportunidad, a todas nuestras expectativas.

Con todo, tres chispas de interés, sin paralelo para nosotros hasta ahora, nos quedarán del Everglades, mejor dicho de los Everglades, o sea, en simple castellano, de los Esteros, de los Paulares, de los Pantanos, a elegir.

Una.

Entre los poquitos pájaros vistos, uno nos resultó notable - no por su forma, plumaje o voz, sino por pasarse más tiempo debajo del agua, nadando como torpedo en busca de su desayuno, que encima del agua; de nombre, el anhinga.

Dos, y realmente notable.

En el sendero de asfalto más importante, notamos, en varios lugares, una banda transversal de asfalto más rugoso. Parecía, cada una, un marcador táctil para los pies; pero ¿para qué? Aprendimos que para ciegos, quienes, cada vez que sienten una rugosidad en sus pasos a lo largo de la barranda, prenden un tocacintas que la administración del parque les presta y escuchan una descripción del lugar que no pueden ver, en vez de las placas explicativas para los videntes. Esto sí, es un refinamiento magnífico - a primera vista. Porque, a segunda vista, se podría aducir que, en una sociedad con menos >>>>>>>>