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parte, y cautivante final, de un espectáculo bien organizado, dándole un carácter cada vez más fantasmal flotando en el cielo.

Por otra parte, durante nuestra estadía en la vecindad de la Fortaleza, o sea en la zona más apartada de Haití que jamás alcanzaremos, tuvimos la suerte de escuchar - y disfrutar - música que no sabríamos cómo clasificar sino como africana, a juzgar por su identidad con música africana autóctona grabada en Africa que tuvimos, a veces en el pasado, el privilegio de disfrutar. Dos fueron las oportunidades.

o En un caso, un grupo de niños, de quizás cuatro a seis años de edad, algunos, tan desnudos como sus madres los hicieron, estirando sus voces para arriba y para abajo (no se puede utilizar la palabra cantar en su sentido europeo para este tipo de expresión vocal) y mezclando las voces con percusión casera - sartén y cuchara, o lo que viniera.

oo El otro caso fue de adultos; hombres adultos, tocando bombos sin otros ingredientes; tres bombos; qué profundos, mullidos, convincentes, humanos, son estos sonidos de bombos africanos, qué nobleza artística, al lado del estéril infantilismo golpeante euro-vespucciano; y sobre qué muy sorprendentes distancias, lejísimos, se propagan estos sonidos, aun cuando de cerquita no son ensordecedores; qué obvio se nos hizo por qué estos bombos servían de telecomunicaciones para mandar mensajes de tribu en tribu antes del invento de las telecomunicaciones eléctricas.

ooo Volviendo al aspecto estrictamente musical, es ciertamente esta música haitiana mucho más africana que todas las adulteraciones que se sigue presentando doctoralmente como de raíces africanas. Cómo lamentamos no haber traído nuestro grabador a Haití.

Mañana, veremos qué tal es la ciudad de Cabo Haitiano; y mañana, obligadamente, tendremos que regresar parte de la distancia a Puerto Príncipe, hasta el hotel de las cabañas, para alcanzar, temprano pasado mañana, a tiempo, el avión para Miami.

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Pasado mañana es hoy, y no estamos en el aeropuerto; y no volaremos hoy, no. Este amanecer, cuando ya era hora sin remisión de viajar al aeropuerto, decidimos, con determinación, postergar hasta mañana el vuelo a Miami y, por lo tanto, la devolución del coche alquilado, y quedarnos un imprevisto día extra en nuestra agradable cabaña y sus alrededores, como si tuviéramos la libertad de nuestro propio coche; con dos propósitos: disfrutar de otra incursión en el reino de Neptuno, y poner al día las anotaciones que, ayer, lo extenso de nuestra actividad no nos permitió mantener al día.