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Y saltó el espanto, el es-pan-to, el horror, a nuestras caras:

- Tres semanas o más. 
     [¡Tres semanas - o más! ¡Lo impensable! ¡Y nosotros creíamos ya haber >>>    sufrido lo máximo en Colombia y en Venezuela!]
- Tiene que pasar por la Dirección General de Aduanas, por el Ministerio de >>Finanzas.
      [¡Por el Ministerio de Finanzas, qué siniestra barbaridad!]
- Hace falta una factura comercial. 
      [¡Una factura comercial; no tenemos factura comercial; quién jamás >>>>>>>exigió>una factura comercial para turismo en tránsito!]
- Una garantía local de banco, por 200/oo de los derechos e impuestos de >>importación.
     [¡Una garantía local! ¡Y eso cómo se consigue, si se consigue, y cuánto >>>>>>>cuesta!  ¿Y si no se consigue - lo que es lo más probable?]

Decidimos salir, pues, de nuestro anonimato.  Exponemos qué hacemos; quinto año de recopilación cultural por toda América; muy impresionante mapa del recorrido ya cumplido - y muy impresionantes estadísticas de lo ya estudiado. De adentro de la impasibilidad del Señor Colector, curtido por dentro y fuera por toda una vida de servicio público y burocracia, surge una muy inesperada - pero, oh, cuán bienvenida - ola de interés; él nos está convenciendo a nosotros ahora de la importancia y del significado de nuestra empresa. Si le traemos hoy, antes de las 12, una carta con la misma información dada oralmente, acompañada de fotocopias de todos los documentos que tengamos, él, hoy mismo, dará curso a la solicitud y hoy mismo la mandará a la Dirección General de Aduanas.

Así se hizo. Con una mezcla de eficiente celeridad y de felices coincidencias, redactamos la carta - ¿y cómo haría el infeliz impetrante que no supiera castellano, incluyendo el formulismo epistolar para tal burocrática alteza? - encontramos un servicio de dactilografía y fotocopias (que no nos atrevíamos a esperar encontrar); y, al duodécimo golpe de las 12, entregamos la solicitud.

En nuestra presencia, el Señor Colector dio curso al expediente y lo mandó a la Dirección General de Aduanas, agregando que luego, cuando el expediente estuviese en destino, llamaría por teléfono para apurar la cosa. Tenemos que volver pasado mañana.

¡Qué alivio que el primer paso del trámite - porque nadie se ilusiona que ello sea todo el trámite - toma sólo dos días en vez de quién sabe cuántos! ¡Y qué fascinación, la mente humana, que pueda alegrarse de un primer paso de "sólo" dos días cuando, en Colombia, dos días para el primer paso, y los siguientes, y el último, nos habían parecido un infierno y cuando, en tantos lugares, rutinariamente, el primer paso, y los siguientes, y el último, llevan media hora o diez minutos!

Luego, fuimos al consulado de Haití. ¡Otro golpe a los nervios ya doloridos! Aprendimos que ni la paciencia de enfrentar un trámite de 22 días, ó 30 o >>>>>>>>