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Ahora, a volver al puerto, con el precinto de fleje provisional.

Naturalmente, cada entrada y cada salida del puerto requiere parlamentación con los funcionarios de guardia, basada, por parte, en el derecho dado por los documentos de embarque, pero por parte, en el buen humor, o simplemente el antojo, de los funcionarios. En una oportunidad, después de que, en un portón - por donde ya habíamos pasado en otra ocasión - se nos había negado el acceso por no otra razón que tal antojo, cuando nos presentamos en otro portón para probar nuestra suerte, nuestro mentor, que ya no quería dejar nada al azar, saludó a uno de los cerberos con un jovialísimo "qué tal compadre", y acto seguido, porque ya habíamos cruzado el portón al instante, comentó entre sus dientes "hay que llamarlos compadres, y mejor preguntarles cómo va la mujer, los hijos y la suegra".

Terminado en el puerto por hoy. ¡Siete horas para lo que, ayer, se nos aseguraba tomaría quince minutos! No conocemos la palabra para eso, dentro o fuera, del diccionario.

A un hotel, y en taxi. Terminada, por ahora, la comodidad de nuestro refugio sobre ruedas. En el gran puerto de La Guaira, no hay un solo hotel. En el aeropuerto internacional que sirve Caracas, pero vecino del puerto, tampoco hay. Sabiéndolo, de antemano tenemos averiguado si el hotel de nuestro centro comercial en Caracas tiene habitaciones siempre.
- Sí, siempre hay.
- ¿Pero, no hay peligro de alguna convención que llene todo?
- Siempre hay habitaciones.

En confianza pues, nos presentamos en recepción:
- Habitación para dos, por favor.
- ¿Tiene reserva?
- No, nada.
- Entonces, no hay disponibilidad; el hotel tiene quince días de reservaciones >>esperando.
- ¡¡Pero si vine a preguntar y se me dijo que ... etc.!!
- Hasta dentro de quince días, lamentablemente, estamos full.
- ¡¿Será posible?!

Un abismo se abre debajo de nosotros - no por encontrarnos ante la inesperada incertidumbre personal de tener que buscar otro hotel, además, de ubicación, con toda seguridad, menos conveniente para nosotros, sino por la incredibilidad, la inasibilidad, de tanta irresponsabilidad en un solo país, desde sus consulados en el exterior hasta esta recepción del hotel (del gobierno, hay que aclarar), aquí mismo.

Felizmente, como tenue lucecita en este mar de tinieblas, el hombre de la recepción nos consigue por teléfono una habitación en otro hotel a sólo tres minutos en taxi de aquí.

Instalados en el nuevo hotel para asegurarnos la habitación; pero, de inmediato, hay que volver al centro comercial aquel para cancelar cualquier >>>>>>>>