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sabiendo eso imposible, empezamos a analizar el lugar, y descubrimos que, por el otro ramal de la bifurcación, detrás de un matorral, de manera que es imposible verlo desde donde habíamos venido, hay otro cartel indicando el mismo destino por este otro ramal. Quizás, de haber visto los dos carteles a la vez, esta mañana, no nos hubiésemos dejado engañar por el primer cartel, colocado, evidentemente, por irresponsabilidad donde no tendría que estar; pero ahí está la cortina de tupido matorral que no creció en un día, una semana o un año, que ninguno de los ingenieros de vialidad se molesta en cortar para restablecer la visibilidad. Consecuencia: entre el cartel equivocado, a la vista, y el cartel correcto, tapado por añosa vegetación sin podar, los idiotas son ellos - pero nosotros pagamos las consecuencias.

Ahora, en la buena dirección, después de un largo trecho de asfalto con viruela que reducía la velocidad práctica a 60 kilómetros por hora, dimos, felizmente, con una autopista tan nuevita que ni figura en nuestro mapa, tan nuevita que el puesto de peaje ni siquiera todavía cobra.  Una maravilla.

La maravilla está en que, en esta autopista supernueva, el asfalto tiene todas las ondulaciones de siempre; y en que cada puente significa un ¡hop! para entrar al puente y un ¡bum! para salir del puente; y cuando el puente es más largo y construido por segmentos, cada puente significa un hop - bam, bam, bam, bam, bam, bam - bum ... antes de volver a las ondulaciones de la autopista supernuevita.

Carteles de velocidad, repetidas veces mandan las idiotas velocidades de 60 kilómetros en el carril derecho, y 80, en el carril izquierdo. Nosotros, en el carril de los 60 kilómetros por hora, andamos a ... 90; y ¿por qué no estamos, entonces, en el carril de los 80? Porque somos los únicos en el carril de 60 kilómetros por hora; porque en el carril de 80, todos disparan que echan chispas, quizás a 120 kilómetros por hora, quién sabe.

Fin de los 55 kilómetros de la autopista. A su largo, vimos tal vez una docena de coches varados por algún desperfecto.

\CC/  Caracas. 17:30.  En nuestro estacionamiento.
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No sin haber caído víctimas de otra inenarrable estupidez vial venezolana.

Ultimamente, se nos vienen frecuentemente palabras poco académicas pero es que no las hay académicas para expresar cabalmente los abismos de incredulidad que se abren en nosotros cuando nos encontramos con semejantes faltas de sesos, falta de respeto de sí y de los demás. No hay palabra. Y aquello de "venezolano" es plenamente justificado porque, en otros países, sufríamos sólo de la falta de indicadores, una circunstancia conocida y por lo tanto no traicionera, y hasta subsanable preguntando, y preguntando, mientras que es sólo aquí, en Venezuela, que tropezamos con carteles aparentemente fiables pero, en la práctica, inconcebiblemente cretinos.  Para narrar el más reciente caso.